miércoles, 28 de enero de 2009

El índice general del Boletín Musical (1928-1931) de Córdoba

Leopoldo Neri de Caso (1)


El conocimiento de la vida musical de provincias en la década de los veinte ha estado ensombrecido por el bipolarismo cultural y musical de Madrid y Barcelona. Aún falta, como ha señalado Emilio Casares, un estudio de la Generación del 27 “desde la periferia” para calibrar mejor la fuerza trascendental del regionalismo musical de ese periodo (2). El estudio del Boletín Musical nos acerca, directamente, no sólo a la actividad musical de la ciudad natal de Julio Romero de Torres (3), sino también, a todos los acontecimientos e ideas musicales que coexistieron en los felices años veinte.

El Boletín Musical de Córdoba (1928-1931)

A lo largo del Directorio Civil de la Dictadura de Primo de Rivera se publicó el Boletín Musical en Córdoba. Esta publicación, según Jacinto Torres, tiene una “presentación pulcra y elegante. Contenido serio, documentado y al día con exhaustiva información […] Fue muy elogiada en su época” (4). Fue fundada y dirigida por Rafael Serrano Palma, director del Conservatorio Oficial de Música. El Boletín Musical (5) consta de 37 números que fueron publicados entre marzo de 1928 y Abril de 1931; de periodicidad mensual, tenía su redacción y administración en la Calle del Gran Capitán nº 38, y fue editado por los talleres tipográficos La Ibérica situados en la calle Duque de Hornachuelos número 12. Los precios de suscripción por un año fueron para España de 10 pesetas y para el extranjero de 12 pesetas.

El Boletín Musical fue una publicación plural, en la que se pretendió recoger opiniones diversas sobre los temas que interesaban a los lectores; comprometida, abordando los temas que afectaban directamente a los profesionales de la música; reivindicativa, al pedir desde sus páginas la regulación, reorganización y normalización de los profesionales e instituciones musicales, con especial atención a las Bandas de Música; prestigiosa, al rodearse de firmas relevantes de la vida musical nacional que, a su vez, aseguraron un contenido de calidad; exhaustiva, con artículos de fondo sobre diferentes aspectos de la Historia de la música y con una relación mensual completa de actividades concertísticas. El Boletín Musical posee unas secciones bien definidas. Abre cada número una serie de artículos que combinan los estudios históricos, las entrevistas, los ensayos estéticos, las crónicas sobre actos musicales relevantes o las semblanzas de compositores e intérpretes. Cada número se completaba con un número variable de apartados en cuanto a extensión y periodicidad: Orquestas, Teatros, Educación Musical, Bandas de Música, Orfeones, Publicaciones Musicales, Conciertos, Música religiosa. A partir de enero de 1930 se incorporó una nueva sección, Consultor Profesional, cuya finalidad, eminentemente práctica, fue dar cuenta de las vacantes existentes en todos los sectores musicales con especial atención a las Bandas Municipales y militares y a los maestros de capilla. A su vez, la redacción tuvo una serie de excelentes colaboradores nacionales y sudamericanos (6).

Las fuentes hemerográficas nos aportan una información inestimable para retratar la vida musical de cualquier ciudad. El Boletín Musical fue un elemento más de la reactivación musical cordobesa. Su aparición no fue casual, sino integrada dentro de un proyecto global llevado a cabo por Rafael Serrano Palma. La trascendencia de esta publicación, muy elogiada en su época, rompe la idea salazariana que considera el regionalismo musical como una fuerza “depresiva” (7), retrógrada frente a las nuevas estéticas europeas; muy al contrario, la compresión y dimensión de esta corriente fue trascendental para la evolución posterior de la música española en la primera mitad del siglo XX.



1. El presente artículo es una introducción a la edición digital del Boletín Musical, editado por el autor de estas líneas, y publicado por el Centro Documentación Musical de Andalucía. Un primer trabajo de investigación fue presentado en el II Congreso sobre Patrimonio Musical de Andalucía organizado por el grupo de investigación “Patrimonio Musical de Andalucía” de la Universidad de Granada y celebrado en febrero de 2006 en Granada. El proyecto ha recibido la subvención para Proyectos de Investigación Musical (BOJA, nº 68, 10-IV-2006) convocado por la Junta de Andalucía.

2. CASARES, Emilio. “La Generación del 27 revisitada”. En: Música española entre dos guerras 1914-1945. Coord. Javier SUÁREZ-PAJARES. Granada, Publicaciones del Archivo Manuel de Falla, Colección “Estudios”, Serie “Música”, nº 4, 2002, pp. 33-34.

3. Sobre la actividad musical de este periodo en las provincias andaluzas, véase: CUENCA, Francisco. Galería de músicos andaluces contemporáneos. La Habana, Cultura, 1927; MARTIN MORENO, Antonio. Historia de la Música andaluza. Granada, Biblioteca de Cultura Andaluza, 1985; MORENO CALDERON, Juan Miguel. Música y Músicos en la Córdoba Contemporánea. Córdoba, Caja Sur, 1999; PEREZ ZALDUONDO, Gemma. “El auge de la música en Sevilla durante los años veinte”. Revista de Musicología, Vol. XX, nº 1, 1997, pp. 655-688; - , “Las sociedades musicales en Almería, Granada y Sevilla”. Cuadernos de Música Iberoamericana, nº 8-9, 2001, pp. 323-335; DEL PINO, Rafael. Los conciertos en la Alhambra, 1883-1952. Orígenes del Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Granada, Comares, 2000; TORRES, Jacinto. “Orquestas y sociedades (1900-1939)”. En: España en la música de occidente. Actas del Congreso Internacional celebrado en Salamanca. Coord. Emilio CASARES. Madrid, Instituto Nacional de las Bellas Ates Escénicas y de la Música, 1987, Vol. 2, pp. 351-368; - , Las publicaciones periódicas musicales en España (1812-1990): estudio crítico-bibliográfico, repertorio general. Madrid, Instituto Bibliográfico Musical, 1991; SALAZAR, Adolfo. La música contemporánea en España. Madrid: La Nave, 1930, Universidad de Oviedo, 1982.

4. TORRES, Jacinto. Las publicaciones…., op. cit., p. 242.

5. Se conservan ejemplares en el Archivo Municipal-Biblioteca Central de Córdoba (signatura 176-3-19), en la Biblioteca Provincial de la misma ciudad (signatura: CO-PC 163), así como en la Biblioteca Nacional (signatura: Z/5002).

6. Los principales fueron Rogelio Villar, Juan José Mantecón, Joaquín Turina, Julio Gómez, Emilio Vega, Bartolomé Pérez Casas, José Subirá desde Madrid; Vicente María Cilberet desde Barcelona; Juan María Thomas desde Palma de Mallorca; Eduardo López Chavarri y José Soler desde Valencia; Rafael Vich, Rafael María Vidaurreta, Carlos L de Rozas y Santalo, Luis Serrano Lucena desde Córdoba; Emilio Díez Revenga desde Murcia; padre Nemesio Otaño desde San Sebastián; Joaquín Nin y Andrés Segovia desde París; Pedro Roselló desde Milán (Italia); J. Bustendury desde Atenas (Grecia); Juan Pablo Muñoz, Sixto María Durán desde Quito (Ecuador); Enrique Soro desde Santiago de Chile; Rafael Serrano, Eduardo Sánchez de Fuentes desde La Habana (Cuba); Ignacio Salvatierra desde Tacna (Chile); FernandoCenturión desde Asunción (Paraguay); Nicolle Garay (Panamá); Carlos López Bustardo (Buenos Aires-República Argentina).

7. SALAZAR, Adolfo. La música…op. cit., p. 267-269.








martes, 20 de enero de 2009

Fantasma/Cantos de Takemitsu

Juan de Dios García Aguilera

Tôru Takemitsu (1930-1996)

Tôru Takemitsu ha sido, y sigue siendo, el más conocido de los compositores japoneses. Nacido en Tokio el 8 de octubre de 1930, al terminar la II Guerra Mundial decidió dedicarse a la composición musical tras quedar fascinado por el universo de la música occidental, y aunque recibió clases del maestro japonés Yasuji Kiyose (1900-1981), su adiestramiento fue, sobretodo, autodidacta.

De espíritu humanista, mostró un temprano interés por todas las manifestaciones del arte. En 1951, junto a varios amigos de distintas disciplinas artísticas, fundó el jikken-kôbô (Taller experimental), que desarrolló propuestas de vanguardia en actividades multimedia e introdujo en Japón la obra de los compositores occidentales del siglo XX. Su reconocimiento público como compositor se produjo a raíz del estreno de Réquiem para instrumentos de cuerda (1957), obra que fuera ámplamente elogiada por Stravinsky cuando la escuchara por primera vez en su visita a Japón en 1959.

Los primeros años como compositor son los más experimentales de su carrera, desarrollando, incluso, una especie de música concreta a la japonesa, hecha de collages musicales a partir de sonidos reales. Water Music (1960) o Kaidan (1966) son dos ejemplos válidos del género. Pero poco después, a partir de los años sesenta, dos influencias se irán asentando en el estilo del compositor: la música tradicional japonesa, con sus instrumentos exóticos como la biwa y el shakuhachi, y la naturaleza.

Si la amistad con John Cage –uno de sus amigos más queridos- fue decisiva en este cambio de postura, viéndose influenciado por sus ideas acerca de que la música coexiste con la vida y con las tradiciones, no es, sin embargo, la única razón que lo suscitó. A esta influencia hay que sumar que los japoneses, por distintas razones, entre ellas las religiosas, han mantenido desde siempre una íntima relación con la naturaleza. Takemitsu asimiló esta influencia espiritual en su música en distintos niveles, que van desde la asunción de las estructuras, la estética y la filosofía de las tradiciones niponas –es el caso del jardín tradicional japonés en la obra que nos ocupa, por ejemplo, o en la composición Flocks descends into the pentagonal garden (1977) para orquesta- al figuralismo o la representación simbólica, que se hace patente cuando adopta su famoso motivo del mar (sea motive) que contiene las notas Mib (Es/Eb-->S), Mi (E), La (A) en las obras Toward the Sea I, II, y III.

En el estilo compositivo de Takemitsu se funden los timbres velados y los colores luminosos de la música de Debussy, en lo armónico y lo instrumental, con los modos de transposición limitada de Messiaen, en lo melódico, y el sentido formal integrador propio de Anton Webern. De Debussy deriva su personal concepto de pan-focus, que son puntos armónicos focales y pan-focales.

Cuando Messiaen emplea cantos de pájaros, Takemitsu, en coherencia, incorpora sonidos de la naturaleza en su música.

El compositor japonés obtuvo permiso de Messiaen, a quien reverenciaba, para componer Quatrain (1975) con la misma instrumentación que su Cuarteto para el fin de los tiempos (1940). En 1992 Takemitsu dedicó Rain Tree Scketch II a la memoria de Messiaen tras su fallecimiento.

Habiendo tocado casi todos los géneros de manera muy prolífica, su música, predominantemente lenta, es un punto de encuentro que reúne elementos occidentales y orientales, los principios de orden y desorden, las ideas de permanencia y renovación, de vida y muerte, ruido y silencio, etc., y resulta direccional y estática a la vez. Su producción no se ha limitado a las salas de conciertos, sino que ha hecho también música para películas -para más de noventa- y ha sido un excelente ensayista, teniendo publicados alrededor de veinte libros e innumerables artículos en periódicos y revistas musicales.

En 1975 fue designado profesor visitante en Yale University, y aunque nunca llegó a enseñar en una institución en Japón, sin embargo muchos jóvenes compositores de este país recibieron su influencia.

Otras dos grandes influencias en su obra han sido Joyce y Xenakis.

El escritor irlandés James Joyce, autor de la novela Finnegans Wake (1939), inspiró al compositor para componer Far Calls, Coming, far! (1980), A way a Lone (1981), y Riverrun (1984). Títulos todos que han sido extraidos directamente de la novela. En la visión de Takemitsu, el estilo de Joyce fluye libre de sintaxis, estableciendo la cadena del agua en su escritura.

En cuanto al compositor y arquitecto Xenakis, con su teoría de la derivación matemática en música y del intrínseco valor de los números, influye en la teoría de Takemitsu sobre sueño y números en la que define sus sueños mediante el uso de los mismos.




Fantasma/Cantos (1991)

Fantasma/Cantos (1) fue concebida como respuesta a un encargo abierto recibido por Takemitsu de la BBC, y a un proyecto contemplado por el clarinetista Richard Stoltzman denominado '200 años', en el que piezas maestras de 1791 (Concierto para clarinete de Mozart), 1891 (Quinteto con clarinete de Brahms), y de 1991 debían ser interpretadas. Stoltzman instó a Takemitsu a que escribiera un concierto para clarinete, lo que satisfacía a las dos partes.

La obra fue estrenada por Stoltzman con la BBC Welsh Symphony Orchestra bajo la dirección de Tadaaki Otaka en el Cardiff Festival of Music, el 14 de septiembre de 1991.

La pieza está construida en un único movimiento. Takemitsu comenta:

"Las dos palabras latinas usadas como título de esta obra –Fantasma (fantasía) y Cantos (canciones)– son sinónimas.
Tras una breve introducción, una clara línea melódica, plena de color, deambula bajo metamorfosis soterradas. La estructura de la obra está influenciada por un paisaje de jardines japoneses (Japanese landscape gardens in the “go-round” style). Paseas por el sendero, te detienes y contemplas, y eventualmente intentas divisar el punto de donde partiste. Entonces te das cuenta que no andas muy lejos de dicho punto.
" (2)

Estas breves palabras contienen la clave de la obra, en la que un tema característico hace aparición en el clarinete, en el compás 4, desde Mi, y en la orquesta, en el compás 6, desde Fa#, expuesto de forma canónica:


El tema, en una especie de homenaje implícito a Messiaen, aparece construido sobre un modo de transposición limitada:

El modo 4:


A lo largo de la obra se producen 22 apariciones del tema. Las dos primeras (A) suponen la exposición del mismo, su punto de partida; las dos últimas son el regreso. Las 18 restantes diseminadas en el transcurso de la pieza, son esas miradas al punto de procedencia de las que habla Takemitsu, miradas que, desde una perspectiva que cambia, consiguen reconocer el tema que se mueve no muy lejos de la nota Mi, tónica original: Mi, Fa, Fa#, Re#/Mib, Do#.

Seguidamente apuntamos el orden de apariciones del tema determinando el compás en el que se produce, si es que corre a cargo del clarinete solista o de la orquesta, el centro tonal del que parte dicha entrada, y si, excepcionalemente, es una presentación breve o si está elaborada en forma de canon.

aparición|compás | solo/orquesta | Centro tonal
  1. 4 Solo E Canon
  2. 6 Orq. F#
  3. 16 Solo F
  4. 20 Orq. F
  5. 26 Solo Eb
  6. 52 Solo F#
  7. 55 Orq. E
  8. 60 Orq. E
  9. 84 Orq. F# breve
  10. 89 Orq. F breve
  11. 90 Orq. F breve
  12. 91 Orq. F
  13. 104 Solo E
  14. 133 Orq. F#
  15. 142 Solo F#
  16. 147 Orq. D#
  17. 149 Orq. C#
  18. 158 Orq. E
  19. 172 Solo F#
  20. 193 Solo E
  21. 215 Solo E Canon
  22. 217 Orq. F#


La forma general de esta pieza en un solo movimiento responde a la siguiente secuencia:







1. Ed. SCHOTT. SJ 1080. ©1991)

2. T. Takemitsu. ( TAKEMITSU–CANTOS • RICHARD STOLZTMAN. / RCA Victor 09026-62537-2. ©1994)





miércoles, 7 de enero de 2009

Franz Liszt en Córdoba

(1)

Juan Miguel Moreno Calderón


La estancia de Franz Liszt (1811-1886) en Córdoba y su actuación en el Liceo Artístico y Literario, en diciembre de 1844, constituyen un interesante capítulo en la historia de la vida musical de esta ciudad (2) ; ciertamente, el músico húngaro fue uno de los visitantes más ilustres que recibió aquella Córdoba decadente (con una población cercana a los 40.000 habitantes hacia mediados del siglo), de cuya anodina existencia dan buena cuenta los numerosos viajeros que por ella pasaron en la centuria decimonónica (3). Ciertamente, no hubo crónica de los más renombrados escritores románticos que visitaran la ciudad (Dumas, Gautier, Ford, Davillier...), en la que no aflorase la decepción producida por el perdido esplendor pasado y el estado de postración de la antaño gloriosa urbe. En efecto, en sus escritos nos dejan la imagen de una ciudad triste, abandonada, pobre, en la que, salvo la Mezquita, nada hace recordar lo que un día fue. Como escribe el profesor López Ontiveros, “esta contraposición entre el esplendor árabe y la decadencia (...) es una constante de todos los viajeros del siglo XIX”(4) .

Sabido es que el viaje y la estancia en Córdoba del pianista más carismático de toda la historia de este instrumento, entonces en la cúspide de su carrera de virtuoso y en vísperas del traslado de su residencia a Weimar(5) , fue parte de la amplia gira que realizó por España y Portugal, entre octubre de 1844 y abril de1845; de suerte que, como afirma Stevenson, “Liszt fue a la vez el primero y el más virtuoso de los pianistas que recorrió España” (6). Amplio periplo en tierras ibéricas, que surgió de la invitación hecha al artista húngaro por el Liceo Artístico y Literario de Madrid, entidad fundada en 1837 y en cuyo modelo se inspiraron muchos de los liceos, ateneos y sociedades culturales que se crean en España en esa época.

Pese a las escasas referencias habidas en las biografías del compositor compiladas hasta no hace mucho, lo cierto es que, gracias a estudiosos como Andrés Ruiz Tarazona (7) o Máximo Pajares Barón(8) , entre los españoles, y al mencionado Robert Stevenson o Alan Walker (9), el viaje de Liszt por la Península Ibérica es, hoy por hoy, relativamente conocido en líneas generales y en cuanto a algunas etapas del mismo(10) , aunque no tanto en lo concerniente a la estadía cordobesa. Y no por falta de atención de la incipiente prensa de entonces, o porque no haya habido después estudiosos cordobeses interesados en tan singular acontecimiento, sino por las inexactitudes que, por diversas razones, se han ido transmitiendo miméticamente de unos autores a otros, hasta desvirtuar la realidad con aseveraciones carentes de todo fundamento.

Tal es el caso de la popular creencia de que el eximio virtuoso ofreció un concierto en el Círculo de la Amistad, o la reiterada alusión al viejo piano Steinway que conserva todavía hoy dicha institución recreativo-cultural, como el instrumento en el que tocó Liszt en su actuación cordobesa; cosas ambas insostenibles, pues dicho Círculo de la Amistad se fundó diez años después de que el concertista húngaro estuviese en la ciudad califal, y el referido piano se adquirió con posterioridad a la visita de éste(11) . De hecho, fue a raíz de la actuación de Liszt, cuando los rectores del Liceo decidieron adquirir un piano de concierto, ante la carencia de uno; cosa ésta de la que existen suficientes indicios. En primer lugar, la petición del director de la cátedra de música a la junta del Liceo, para que adquiriese uno, y por otro, la información aparecida en el periódico El Liceo de Córdoba (4-XII-1844), en una sección titulada “Crónica”, en la que se expresa, en vísperas de la llegada del músico húngaro a Córdoba, “el sentimiento de que una persona filarmónica de esta capital haya negado su piano para tocar el Sr. Liszt”.

Lo que explica que, tras la visita del célebre pianista, y dado que éste vino acompañado por Louis Boisselot, hijo mayor del famoso fabricante marsellés, los responsables del Liceo decidieran encargar un instrumento de la firma Boisselot (12), para lo cual cerraron el trato con éste, al tiempo que instaban a Liszt a que lo eligiera personalmente en Marsella, aprovechando que pensaba pasar por allí al finalizar su gira española, en Barcelona, a mediados de abril de 1845. Como, de hecho, así sería(13) .

O por no hablar del tan repetido triunfal paseo en coche de caballos a las Ermitas, en el que, según cuenta la tradición local, los admiradores del maestro desengancharon los caballos del coche para tirar ellos mismos del carruaje (¡) (14). Incluso un historiador de la música como André Gauthier, lo único que refiere de esta presencia de Liszt, es algo tan pintoresco como que “en Córdoba un carro tirado por seis caballos blancos camina delante de él con su piano” (15). En definitiva, que, así las cosas, no resulta fácil deslindar lo real de la leyenda y, por consiguiente, reconstruir con cierta fidelidad cómo fue la estancia de Franz Liszt en Córdoba (16).

Como en Madrid, ésta se produjo gracias a la decidida iniciativa del Liceo Artístico y Literario, sociedad cultural creada en 1842 para el cultivo y difusión del teatro y la música, y entre cuyas actividades más notorias se hallaba la organización de conciertos y representaciones teatrales y de ópera en un teatro ubicado en la calle de las Nieves (17) (hoy, Alfonso XIII); lugar donde años más tarde, en 1854, se instalaría también el recién fundado Casino Cordobés, el cual terminó fusionándose con el Liceo dos años después, dando lugar a la entidad que llega hasta nosotros, el Círculo de la Amistad. Liceo Artístico y Literario.

Precisamente, meses antes de la venida del músico húngaro, la dirección de la sección lírico-musical del Liceo (en la que se enseñaba solfeo, piano, flauta, violín, viola y canto (18), al tiempo que se organizaban veladas líricas y representaciones de ópera) había sido asumida por el musicólogo y compositor Mariano Soriano Fuertes (1817-1880) (19), luego figura notabilísima de la vida musical española decimonónica (20). Por lo que cabe pensar, pues, dada la personalidad del artista murciano, así como su estrecha vinculación a la vida musical madrileña, que él fue el verdadero artífice de que Liszt incluyera a Córdoba en su gira por España.

Y es que el joven Soriano había llegado a Córdoba con muchas ilusiones y dispuesto a dinamizar la escasa vida musical de la ciudad (21), algo de lo que deja constancia en su discurso de inauguración de la cátedra de música que crea. Con gran vehemencia proclama que "la campana de la revolución artística ha sonado ya en Córdoba, acudamos a su llamamiento, y si en la unión consiste la fuerza, hagamos ver a la nación entera, que nadie puede igualarse al pueblo cordobés cuando se trata del buen nombre de su amada patria" (22). Lástima que tanto entusiasmo, pronto se viera truncado por desavenencias con la junta directiva del Liceo, como pone de manifiesto el oficio leído en la Junta de Gobierno de éste, en su sesión de 26 de mayo de 1845, reunión en la que se da cuenta de la dimisión de Soriano Fuertes. Sin duda, una irreparable pérdida para el progreso musical de Córdoba (23). Por cierto que, según Emilio Casares, de la estancia de Soriano en Córdoba, datan dos de sus Stabats Mater, el Himno a Liszt y un Himno a las artes dedicado al Liceo cordobés (24).

Y además de lo dicho, fundó y dirigió el semanario El Liceo de Córdoba. Periódico de literatura, música y modas, publicación que salía todos los jueves, y en la que, además de valiosa información sobre las actividades del Liceo Artístico y Literario, aparecieron editadas obras musicales de autores de entonces y deliciosos figurines de la moda de París .(25) La redacción del semanario se hallaba en el número 34 de la calle Huerto de San Pablo, sede también de la secretaría del Liceo. El primer número salió el 17 de octubre de 1844. Lamentablemente, tuvo una vida efímera, cosa frecuente en esa época de eclosión editorial (26).

Precisamente, la primera noticia sobre la actuación de Liszt en Córdoba la proporciona el suplemento que se inserta en la edición de El Liceo de Córdoba, del 28 de noviembre. En él se da cuenta de la carta que Joaquín Espín y Guillén, director de la Iberia musical y literaria de Madrid, ha remitido a su amigo Soriano Fuertes, con fecha 20 de noviembre, advirtiéndole de que “dentro de cuatro días partirá de esta el Sr. Ciabatti, joven de mucha ilustración, el cual arreglará con la junta del Liceo la manera de dar el concierto Liszt: Ciabatti cantará y Liszt tocará en el Liceo de esa ciudad, y solo en el Liceo...” (27). Y a tal efecto, en el mismo suplemento se comunica el acuerdo adoptado por la junta de gobierno (28) de abrir “una suscrición (sic) general (...) en la Secretaría del Liceo, calle del Huerto de S. Pablo, a veinte rs. cada acción de dos billetes, adjudicando las localidades a la elección de los suscritores conforme se vayan presentando”.

Debió producirse gran expectación, e incluso se hicieron gestiones para que Liszt ofreciera otro recital en Córdoba, pues en el número del 4 de diciembre aparece, con el título de “Importante”, una comunicación del Liceo, en la que, tras hacerse eco de los intentos “de cierta comisión nombrada a el efecto por no sabemos que personas” para que el artista toque en el teatro de la ciudad (se refiere, obviamente, al Teatro Principal), se subraya en cursiva que “el célebre Liszt tocará en el Liceo de Córdoba y sólo en el Liceo” (29). Por otra parte, en la Junta General del Liceo celebrada ese mismo día, 4 de diciembre, se acuerda “expedir el título de Socio Facultativo de Honor en la sección de Música al distinguido artista Franz Liszt” (30).

Por fin, en la “Revista literaria” del Avisador cordobés, del 8 de diciembre, se indica que “hoy debe llegar a esta capital el célebre pianista Franz Liszt. Si así se verifica parece que mañana es el día destinado para que el grande artista de una muestra de sus talentos en el salón del Liceo” (31). Y, ciertamente, Liszt llegó a Córdoba en la mañana del 8 de diciembre de 1844, procedente de Madrid, donde había ofrecido nada menos que diez conciertos durante las seis semanas largas que estuvo allí (32).

Fue recibido por Soriano Fuertes y los directivos del Liceo, quienes le obsequiaron con un espléndido ágape en la acreditada Fonda Rizzi, en la calle Cabildo Viejo (hoy, Ambrosio de Morales), tras el cual la comitiva se desplazó hasta la Mezquita, atendiendo el deseo expresado por el artista. Para, de ahí, trasladarse a continuación al Palacio de los Guzmanes, residencia de Domingo Pérez de Guzmán, conde de Villamanrrique, lugar en el que se hospedarían Liszt y su secretario, Belloni, durante su estancia en la ciudad, mientras sus otros acompañantes, Juan Bautista Ciabatti y Louis Boisselot, lo hacían en casa del matrimonio Belmonte Müller, muy vinculado al Liceo.

Precisamente, fue allí, en el Palacio de los Guzmanes (hoy, sede de la Biblioteca y del Archivo Municipal de la ciudad), donde en la noche del día 8 de diciembre, y tras la cena organizada por el anfitrión, se oyeron las primeras notas de Liszt al piano. Hasta que, según cuentan las crónicas, fue interrumpido por los sones de “una gran serenata que los profesores de Córdoba daban al sublime artista”; lo que motivó que el insigne maestro les invitase a subir, para brindar con ellos, agradecer su atención y regalarle entradas para su concierto. Según se cuenta, se retiró a descansar a la una y media de la noche (33).

Al día siguiente, y tras volver a la Mezquita y dar un paseo por la ciudad, Liszt ofreció “una gran comida a los socios del Liceo”, a la que asistieron, entre otros, el Barón de Fuente del Quinto, el Conde de Villamanrrique, Manuel Belmonte, Soriano Fuertes y, por supuesto, sus acompañantes en la gira, Ciabatti, Boisselot y Belloni, su secretario. Al parecer, la reunión se alargó hasta bien entrada la madrugada (34).

En su tercer día de estancia en la ciudad, Franz Liszt partió con sus acompañantes hacia las Ermitas, la frondosa sierra de Córdoba, celebrando el almuerzo en la casa de campo del Duque de Almodóvar. Y por la noche, al teatro.

Por fin, el día 11, tuvo lugar el recital de Liszt en el salón del Liceo. En el acto intervinieron también el barítono Juan Bautista Ciabatti (aristócrata que venía con Liszt, en calidad de asistente) y el propio Soriano Fuertes, éste con dos obras suyas, entre ellas, un himno de bienvenida al pianista húngaro, con letra de Francisco Xavier de Valdelomar, barón de Fuente del Quinto. Según la crónica de El Liceo de Córdoba, “en el escenario se veían tres magníficos pianos ingleses, dos destinados para que tocase el gran Liszt, y el otro para acompañar las piezas de canto”, pianos que, al parecer, eran propiedad de sendos socios del Liceo (35), lo que choca frontalmente con el hecho conocido de que Liszt viajó a Córdoba acompañado de su piano (cortesía de la firma Boisselot) (36), que es al que se refiere Gauthier en el comentario hecho más arriba.

En concreto, el programa del recital fue el siguiente (37):

Primera parte

1º. Himno al célebre artista Liszt, composición del señor Soriano Fuertes, ejecutado por las señoritas y caballeros de la sección de música.
2º. Cavatina de la ópera Iginia D´Asti del maestro Lamadrid, por la señorita Montes.
3º. Dúo de tiple y bajo en la ópera Lucia, por la señorita Milla de Noguer y el señor Ciabatti.
4º. Sinfonía de Guillermo Tell, por el célebre pianista Franz Liszt.
5º. Composición poética, por el señor Valdelomar.
6º. Aria del Brabo del maestro Mercadante, por el señor Ciabatti, acompañada por el Sr. Liszt.
7º. Canción española, por el Sr. Soriano Fuertes.
8º. Andante de la Lucía, por el Sr. Liszt.

Segunda parte

1º. Coro de señoras en la ópera española del maestro Espín y Guillén titulada Padilla o el asedio de Medina, ejecutado dicho coro por las señoritas socias y alumnos de la sección de música.
2º. Dúo de tenor y bajo del Belisario, por los señores Soriano Fuertes y Ciabatti, acompañados al piano por el señor Liszt.
3º. Fantasía sobre motivos de La Sonámbula, por el señor Liszt.
4º. Composiciones poéticas, por los señores Maraver y Pabon.
5º. Aria final de tiple en la ópera de Lucía, por la señora Milla de Noguer.
6º. Galop cromático, por el señor Liszt.

En suma, una velada literario-musical conformada muy al gusto de la época, y en la que la participación personal del maestro se ciñó a las consabidas paráfrasis y transcripciones de fragmentos de ópera italiana (cosa habitual en los recitales lisztianos), y su original y endiablado Galop cromático, última obra del programa, a la que siguió, sin embargo, un popurrí "que dejó a los espectadores llenos de asombro sin saber levantarse de sus respectivos asientos" (38). Por cierto, y hablando del público asistente, parece razonable pensar que si la recaudación obtenida fue de 3.620 reales (39) y que cada acción de dos billetes costaba 20 reales, la asistencia al concierto debió estar en torno a los 350 espectadores.

Hasta aquí, las informaciones que nos proporciona el mencionado semanario del Liceo. Pero, además del concierto del día 11, Liszt tocó también en una de las distinguidas veladas que ofrecían en su señorial casa de la calle Candelaria, la pianista Elisa Müller (40) y su esposo, Manuel Segundo Belmonte, abogado y secretario del Liceo, y perteneciente a la ilustre familia cordobesa de los Belmonte (41). Precisamente, el joven matrimonio (casado en Sevilla en 1843) se había instalado en Córdoba a principios de 1844. Y es por un descendiente de éstos, el académico Vicente Orti Belmonte, por quien conocemos que Liszt tocó a cuatro manos con Elisa Müller (42).

A partir de aquí, no sabemos nada más acerca de la estancia de Liszt en Córdoba, ni sobre cuantos días más permaneció en ella, tras el que fue su único concierto en esta ciudad, o en qué momento partió para Sevilla. En opinión de Alan Walker, Franz Liszt permaneció en Córdoba hasta el día 17 de diciembre, fecha en que emprendió viaje a Sevilla (43). Si fue así, resultaría sumamente extraño que el periódico que siguió con todo detalle la estancia del húngaro en la ciudad de la Mezquita, entre su llegada, el 8 de diciembre, y el día de su único concierto, el 11, deje de ocuparse totalmente del personaje y el acontecimiento.

En efecto, ni en dicho semanario, ni en otras publicaciones de la época que han llegado hasta nosotros, se encuentran más referencias de las aquí expuestas, que pudieran arrojar luz sobre los interrogantes que todavía quedan por responder; particularmente, el piano que utilizó Liszt en su actuación cordobesa y la fecha exacta en que abandonó la ciudad. Continuando con este último asunto, hemos de considerar que si la primera actuación de Liszt en la capital hispalense (siguiente escala de la gira lisztiana por España y Portugal) se produjo el día 19, como acredita Pajares Barón (44), y que el viaje entre ambas ciudades andaluzas podía hacerse en dos días, parece probable que la fecha en que dejó Córdoba el célebre compositor y pianista húngaro fuese anterior a la que sostiene Walker.

Sea como fuere, lo cierto es que en la historia de la música en Córdoba, al menos en su etapa contemporánea, pocos acontecimientos han quedado sellados de tan indeleble manera, como la estancia y actuación de quien fuera en su tiempo el músico más aclamado de Europa.







1. Este texto corresponde a la conferencia que, sobre este tema, el autor ofreció en abril de 2004, dentro de los actos conmemorativos del 150 aniversario de la fundación del Círculo de la Amistad. Liceo Artístico y Literario.

2. Sin duda, fue una visita mucho más impactante que las de otras figuras egregias de la interpretación y la composición que pasaron por Córdoba, como Verdi, Albéniz, Granados, Cortot o Sarasate, por citar sólo algunas de las más significativas.

3. LOPEZ ONTIVEROS, A.: La imagen geográfica de Córdoba en la literatura viajera. Cajasur, Córdoba, 1991, p.33 y ss.

4. Ibid, p.36.

5. En lo que fue su retirada de la vida concertística regular, para centrarse en la composición, la docencia y la dirección musical de esa pujante corte germánica.

6. STEVENSON, R.: “Liszt at Madrid and Lisbon: 1844-45”, en Musical Quarterly, LXV, 4 (1979), p.493.

7. RUIZ TARAZONA, A.: "Liszt en Madrid", en Revista de Musicología (Madrid), X, 3 (1987), pp.879-886.

8. PAJARES BARON, M.: "Franz Liszt en Sevilla y Cádiz", en Revista de Musicología (Madrid), X, 3 (1987), pp.887-918.

9. Véase especialmente WALKER, A.: Franz Liszt, vol. I, The virtuoso years: 1811-1847. Faber and Faber, Londres, 1983. De interés también, y del mismo autor en calidad de editor: Franz Liszt: The man and his music. Barrie and Jenkins, Londres, 1970.

10. Además de los trabajos citados, véase SALVADOR CARRERAS, M.: "Viaje de Liszt por España en 1844", en Revista Musical (Bilbao), año III (octubre, 1911), p.234 y ss. Y también, LLIURAT, F.: “Liszt en Barcelona. Sus conciertos y sus programas”, en Ritmo (Madrid), 192 (1945), pp.7-9 y 36, y FERNANDEZ MAURICIO, T.: “Liszt y España”, en Revista de Musicología (Madrid), XVI, 3 (1993), pp.1850-1867.

11. En 1862, tal como se acredita fehacientemente en la documentación disponible en el archivo de la institución. Y así lo recoge, en efecto, el académico y crítico musical Francisco Melguizo Fernández, en su artículo “De la visita que Franz Liszt hizo a Córdoba” (Córdoba, 1-XI-1961, firmado con el seudónimo de Clarión).

12. Archivo del Círculo de la Amistad, Acta de 21-VIII-1845.

13. En el Inventario general del Liceo de Córdoba (1842-46) consta, en abril de 1846, la adquisición de dos pianos: uno para la cátedra de música, que costó 2.000 reales de vellón, y otro para conciertos, cuyo precio fue de 8.186 r.v. (Archivo Círculo de la Amistad, Caja 3).

14. Como afirma Francisco Barbudo Torres de Portugal en su artículo “El 8 de diciembre de 1844, Córdoba rindió un homenaje a Franz Liszt” (Córdoba, 25-VIII-1957).

15. GAUTHIER, A.: Liszt. Espasa-Calpe, Madrid, 1975, p.45.

16. De lo publicado sobre la estancia de Liszt en Córdoba, recomendamos los artículos de GARCIA MORENO, M.T.: "Franz Liszt en Córdoba", en Boletín de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes (Córdoba), 112 (1987), pp.47-49; RUIZ VERA, J.L.: "La visita de Franz Liszt a Córdoba", en El Centro (Córdoba), 4 (1995), pp.24-25; y MUÑOZ GUTIERREZ, B.: "El Liceo de Córdoba", en El Centro (Córdoba), 5 (1996), pp.24-25, artículo éste último, muy documentado, pues consigna los tres números que dicho periódico decimonónico dedicó a tan importante visita.

17. La principal referencia a este local y a su procedencia (el Convento de religiosas Agustinas de Nuestra Señora de las Nieves, suprimido en 1836), la encontramos en RAMIREZ DE ARELLANO, T.: Paseos por Córdoba.(Córdoba, 1873-77). Librería Luque/ Everest, Córdoba/ León, 1976, p.420 y ss.

18. Reglamento para el gobierno de la Sección de Música del Liceo Artístico y Literario. Imp. Manté, Córdoba, 1842.

19. Según la “Revista literaria” del Avisador cordobés (septiembre 1844), la intención inicial de Fuertes (sic) era “venir a Andalucía con el objeto de componer dos zarzuelas sobre las producciones de los jóvenes poetas de nuestro país”; aunque, a raíz de la invitación del Liceo de Córdoba, decidió establecerse en esta ciudad.

20. GOMEZ AMAT, C.: Historia de la música española. Siglo XIX. Alianza, Madrid, 1988, p.242 y ss. En realidad, el segundo apellido de Mariano Soriano era Piqueras, aunque éste siempre prefirió firmar con los dos apellidos paternos, quizás como homenaje a su ilustre padre, Indalecio Soriano Fuertes.

21. Circunscrita prácticamente a la actividad de la capilla catedralicia, por entonces en franco declive, por mor del empobrecimiento de la Iglesia tras las desamortizaciones.

22. SORIANO FUERTES, M.: Discurso para la apertura de la cátedra de Música del Liceo Artístico y Literario de Córdoba. Establecimiento tipográfico de García y Manté, Córdoba, 1845, p.7.

23. Al dejar Córdoba, Soriano se estableció en Sevilla, donde fue director del Teatro de San Fernando, y luego, en Cádiz, poniéndose al frente de la orquesta del Teatro Principal.

24. Diccionario de la Música Española e Hispanoamericana. 7. Sociedad General de Autores de España, Madrid, 2000, p.12.

25. Véanse sobre el particular los interesantes artículos de Benilde MUÑOZ GUTIERREZ en la revista El Centro (Córdoba), 5 (1995), pp.24 y 25, y 7 (1997), pp.34-35.

26. Dejó de publicarse en enero de 1846. O al menos no hay constancia de nuevos números a partir de dicha fecha.

27. El Liceo de Córdoba. Periódico de literatura, música y modas (Córdoba), 7 (28-XI-1844), s.p.

28. En su reunión del día 26 de noviembre. Decisión ratificada días después, el 30, por la Junta General.

29. El Liceo de Córdoba..., 8 (4-XII-1844), s.p.

30. Libro de actas del Liceo Artístico y Literario. Véase también el Registro de los socios del Liceo. 1842, en el que Liszt figura con el número 77 y Juan Bautista Ciabatti con el 78 (Archivo del Círculo de la Amistad).

31. “Revista literaria” del Avisador cordobés (Córdoba), 40 (1844), s.p.

32. Según Walker (o.c., p.409), Liszt llegó a Madrid el 22 de octubre, justo el día que cumplía 33 años de edad, y abandonó la Villa y Corte el 4 de diciembre.

33. El Liceo de Córdoba..., 9 (12-XII-1844), s.p.

34. Ibid.

35. Ibid.

36. Stevenson, o.c., p.496

37. El Liceo de Córdoba..., 9 (12-XII-1844), s.p.

38. Ibid.

39. Como sostiene María Teresa García, en o.c., p.47, a la luz de lo que consta en la documentación de la institución.

40. Quien había sido nombrada socia facultativa de la sección lírica en la Junta General celebrada el 21 de noviembre de 1844, en la misma sesión en que se nombraron como correspondientes a personalidades del relieve de Ramón de Campoamor, Carolina Coronado, Indalecio Soriano Fuertes, Hilarión Eslava o Joaquín Espín y Guillén, entre otras.

41. Veladas en las que, andando el tiempo, y según Ricardo Belmonte, "no era difícil encontrar entre los literatos a Borja Pavón, Fernández Grilo, Julio y Enrique Valdelomar, Lara Ruano, etc. Pintores como el propio Belmonte Vacas, Rodríguez de Lozano, Monroy, Saló, Romero Barros y otros. Músicos como Gómez Navarro, Eduardo Lucena y Cipriano Martínez Rücker, amén de las nuevas generaciones que encontraban en el caserón la mejor escuela de arte"; véase BELMONTE, R.: "Belmonte y los Belmonte", en Boletín de la Real Academia (Córdoba), 95 (1975), p.273). Por cierto que, a tenor de los nombres citados -nacidos algunos en la segunda mitad del siglo-, sacamos en conclusión que las veladas de Elisa Müller se produjeron hasta bastantes años después de la protagonizada por Liszt en 1844.

42. ORTI BELMONTE, V.: "Datos biográficos sobre Belmonte Müller", en Boletín de la Real Academia (Córdoba), 67 (1952), p.194. Véase también SANCHEZ FERNANDEZ, A.: La cultura española desde una provincia: Córdoba (1850 a las vanguardias), Cajasur, Córdoba, 1991, pp.19-20, en donde se recoge también la cercana descripción que Vicente Orti hace de aquellas veladas.

43. WALKER, The viruoso years..., pp.409-410.

44. o.c., p.889.




domingo, 28 de diciembre de 2008

Lugares comunes

Óscar Prados Sillero

Hay compositores cuyo máximo temor es el de plagiarse a sí mismos. Entre esa postura y la de los que no tienen inconveniente en escribir (casi reescribir) sin preocuparse de disimular el olor a aceite usado que desprende su música, hay infinidad de gradaciones. Muchas de las recurrencias son conscientes y deliberadas, tan sólo se espera que pasen inadvertidas, o, simplemente, no se les da importancia. Sin embargo, no todos los pasajes que un compositor escribe y que parecen calcados de una obra anterior son fruto de una intencionalidad más o menos encubierta, sino que con frecuencia son “sugeridos” por alguno de los marcos sustentadores en los que se desenvuelve la música. Uno de estos marcos, por ejemplo, es el texto, si lo hay. Compárese la semejanza rítmica de estos extractos:




El texto es un parámetro capaz de ofrecer soluciones a todos los compositores en su conjunto, dada la universalidad del lenguaje (o al menos la del texto de la misa), especialmente en lo que se refiere al ritmo (1). Pero esto es una excepción, pues la mayoría de los parámetros sólo ejercen una influencia sobre cada compositor en particular. Del contacto entre el compositor como individuo aislado y la materia propia de su labor surge el mundo al que él pretende dar forma. Por ejemplo, aunque la instrumentación proporcione puntos de encuentro extendidos a toda la comunidad musical (como el pianístico bajo de Alberti, exportado después al cuarteto de cuerda y a la orquesta), es un aspecto muy personal de la escritura. Preferimos decir que el universo “surge”, porque que el autor no es dueño de todo lo que compone su obra, sino que, en mayor o menor medida, tiene que dialogar con la materia que es objeto de su arte. E igual que no podemos librarnos con facilidad de expresiones que repetimos constantemente al hablar, o, en un nivel superior, de determinadas construcciones gramaticales cuando escribimos, es normal que al componer no podamos evitar que nos vengan a la cabeza respuestas aprendidas sin quererlo, resortes escondidos que se activan por obra del oculto mecanismo de nuestra mente. Y es que no todo lo que se plasma en el papel pautado nace de una reflexión sesuda.

El asunto está más claro cuando hablamos de improvisación. ¿Cuántas horas necesita un improvisador para interiorizar los patrones melódicos y armónicos que luego empleará durante un concierto? Siempre se dice que improvisar es componer en el instante. ¿Por qué no podemos afirmar que componer es improvisar en un instante dilatado? ¿Acaso el componer lo coloca a uno fuera del alcance de las respuestas automatizadas?

En este artículo analizaremos el papel de las tonalidades como generadoras de recurrencias. Dejaremos a un lado el problema de la caracterización de las tonalidades (la controvertida teoría según la cual ciertos tonos servirían para expresar ciertos estados de ánimo), para ocuparnos únicamente de las posibles implicaciones formales de la elección de la tonalidad. En resumen, juzgaremos si una tonalidad determinada puede conducir a un compositor por determinados caminos, distintos a los que sugeriría otra. ¿Podemos incluir a la tonalidad entre los parámetros capaces de provocar lo que denominaremos “lugares comunes”? Si es así, ¿cuál es su grado de influencia?


Algunas consideraciones acerca de la tonalidad

Una tonalidad es, a fin de cuentas, un terreno sobre el que se despliega la música. Con la adopción del temperamento igual, aumentó el número de tonos disponibles, y los músicos tuvieron que aprender a manejarse en aquellos que hasta entonces habían sido impracticables a causa de cuestiones relativas a la afinación que no describiremos aquí.

El dominio del teclado fue hasta hace bien poco parte indispensable de la formación del compositor, y ello, unido a la propia lógica de la enseñanza, hace que, aún hoy, la tonalidad de Do mayor sea el punto de partida desde el cual muchos músicos hacen crecer su sistema tonal, “conquistando” las demás tonalidades. Salvo que uno se proponga conscientemente lo contrario, se pasa más tiempo tocando (y pensando) en Do mayor o re menor que en Fa sostenido mayor o sol sostenido menor, y ello deviene inevitablemente en que los tonos con menor número de alteraciones en la armadura acaban por ser más fáciles de leer y comprender y que, por ende, resulte más sencillo escribir en ellos, pues los mecanismos mentales se han hecho con la práctica más rápidos, más cómodos y más seguros. Todo ello, sin menoscabo de la habilidad y de la capacidad particular del músico: el mismo Bach escribió un Preludio y Fuga en Do mayor que acto seguido transportó a Do sostenido mayor para convertirlo en el tercero de los que componen el primer volumen de El Clave bien temperado.

La improvisación, práctica habitual antaño, el estudio de obras de otros autores y la exploración individual eran los medios por los cuales el joven músico se hacía con las distintas tonalidades. A este respecto, el órgano y el piano tienen una cualidad fundamental: cada tonalidad tiene una orografía única. De este modo, la práctica instrumental se convierte en un refuerzo de gran importancia en el proceso de individuación de las tonalidades, ya que cada una es diferente de las demás, no sólo conceptualmente, sino también de un modo visual y tangible. Se da entonces la paradójica situación de que las tonalidades son todas distintas entre sí, pero al mismo tiempo, gracias al sistema temperado, todas iguales. Esta circunstancia tiene, como es de esperar, sus consecuencias. Manejarse en los veinticuatro tonos mayores y menores(2) no es muy diferente de hablar veinticuatro idiomas distintos, relacionados de forma cruzada, ya que la mayoría de las “palabras” (acordes) se repiten con un significado distinto en las demás tonalidades: tenemos veinticuatro maneras diferentes de decir “acorde de tónica”, cada una en su contexto, y sólo doce de decir “acorde de séptima de dominante”. Eso sí, con la salvedad de que, conociendo una tonalidad, ya se puede “hablar” en todas las demás, mediante el procedimiento del transporte, por ejemplo. De todos modos, el asunto no es tan sencillo como parece, y la experiencia acaba por convencer al músico de que tiene que terminar por conocer todos los tonos uno a uno si no quiere sentirse especialmente incómodo, ya sea leyendo música, componiéndola o improvisándola.

Aun pudiendo ser cierto, no discutiremos aquí si la disposición de las notas en el teclado puede facilitar determinados giros armónicos en una tonalidad o, más bien, dificultar otros que sí sean sencillos y directos en otras tonalidades. Porque, sin necesidad de ello, aunque dispusiéramos de un “teclado perfecto” en el que ningún tono se viera favorecido o perjudicado en sus posibilidades, podemos asegurar que las tonalidades son menos inocuas de lo que parecen para el desarrollo de una obra musical, pese a estar concebidas como lienzos anónimos sobre los que plasmamos la música. A causa de nuestra tendencia al hábito, las respuestas interiorizadas tras años de formación y de experimentación afloran en el momento en que se les da la oportunidad, en una mezcla de intuición, instinto y conocimiento consciente, y resulta inevitable que una tonalidad estimule la imaginación del compositor en una o más direcciones determinadas, y que, con ello, broten lugares comunes. Probablemente, el surgimiento espontáneo de recurrencias es debido a una conjunción de factores, pero uno de los más importantes es la práctica instrumental, motor de la composición en gran parte de los casos, pero, a veces, un lastre. Berlioz escribe en sus Memorias:

La práctica del piano me ha frustrado a menudo; me sería útil en algunas circunstancias; pero, si considero la pasmosa cantidad de vulgaridades que el piano facilita, vulgaridades vergonzosas que la mayor parte de sus autores no podrían escribir si estuviesen privados de su “caleidoscopio musical” y no tuvieran más que pluma y papel, no puedo dejar de dar gracias a la fortuna, que me ha puesto en la necesidad de escribir silenciosa y libremente.(3)


Tonalidad y recurrencia

Pretender que una tonalidad dada tenga poder como para determinar la forma de una pieza a gran escala es quizá demasiado ambicioso. Sobre todo si se tiene en cuenta que, instaurado ya plenamente el sistema temperado, los tipos formales principales del siglo XVIII estaban fijados con bastante precisión en casi todos sus aspectos básicos, lo que los colocaba fuera del radio de influencia de la tonalidad escogida, que pasaba a ser un elemento accesorio.(4) Donde se perciben sus efectos con más claridad es en la pequeña y la mediana dimensión (seguimos aquí la terminología de Jan LaRue(5) ), es decir, en el momento de decidir qué acordes siguen a cuáles y a la hora de realizar alguna modulación pasajera sin implicaciones formales de importancia. Ya en 1926, Hermann Abert publicó un artículo analizando temas de las fugas de Bach para demostrar que existía una relación muy estrecha entre la tonalidad y la estructura melódica, lo que para él significaba que ciertas tonalidades despertaban en Bach la tendencia a utilizar determinados modelos melódicos.(6) Si le ocurre a Bach, ¿por qué no va a ocurrirle lo mismo a los demás?

Aunque limitemos las posibilidades de influencia de la tonalidad escogida a la pequeña dimensión, no podemos pasar por alto que, en ocasiones, un elemento que parece “de corto alcance” puede desencadenar consecuencias insospechadas y puede tener más importancia de la que se le concedería a primera vista, como veremos más abajo.


Un caso concreto

Que un compositor tenga tendencia a determinados giros armónicos cuando escribe en una tonalidad determinada no es signo inequívoco de falta de imaginación o de capacidad, es, simplemente, una consecuencia natural e inherente a toda acción humana: el hábito. Por otro lado, hay que ser algo ingenuo como para pensar que a un compositor se le escapan estas recurrencias. Puede que escriba involuntariamente algunas de ellas, pero es muy improbable que rechace un hallazgo armónico para la composición de una sinfonía porque sea consciente de que ya había sido utilizado para una sonata para violín y piano. Sirva este ejemplo de Beethoven, citado frecuentemente:



¿Acaso no recordaba Beethoven los compases que abren su Sonata op. 57, publicada tan sólo tres años antes? Son estos:


Si no tenía reparo alguno en caer en paralelismos tan evidentes(7) (y, en realidad, no hay ninguna razón seria para hacerlo), aún menos en otros casos, como el que mostramos a continuación, bastante más escondido(8):


Si bien al principio desmarcamos el tema que nos ocupa del de la caracterización de las tonalidades, es cierto que no son tan independientes como parecen. Por ejemplo, no es fácil desvincular la predilección que siente Beethoven por la región de la napolitana cuando escribe en do sostenido menor o en fa sostenido menor de una posible identificación de estos tonos con lo dramático y con el dolor extremo.(9) Llega a utilizar tanto la región del segundo grado rebajado aquí, que no sabemos si tratarlo como un lugar común espontáneo asociado a estas tonalidades (un “reflejo” al escribir en esos tonos) o como elemento expresivo cuyo origen estaría en la teoría de la caracterización de las tonalidades (lo que entonces sí podríamos calificar como un uso “puro” de la napolitana, no ligado a la costumbre, aunque sí a otras razones). La caracterización de las tonalidades posee concomitancias con el asunto de los lugares comunes debidos al hábito, pero actúa en un momento distinto del proceso de composición: si el compositor es consciente de lo distintos estados de ánimo que para él representan las tonalidades, elige primero el carácter que quiere imprimir a la música, y luego busca la tonalidad adecuada; una vez escogida la tonalidad es cuando surgen los lugares comunes, recursos y giros particulares que el compositor puede aceptar o rechazar.

Pero examinemos con más detenimiento este otro caso:



Es difícil explicar como una coincidencia las similitudes: en todos ellos, en la menor, aparece un giro hacia el relativo, Do mayor, introducido por el movimiento desde la tónica del tono principal hacia la dominante de Do mayor, a modo de breve enfatización dentro de la frase musical. Podríamos incluir en esta serie de ejemplos otros muchos pasajes similares, que omitiremos aquí para ahorrar espacio, como serían el episodio en la menor del tercer movimiento del Triple Concierto op. 56, la Variación XIII de las Variaciones sobre un Vals de Diabelli op. 120, el Minore de la segunda de las Bagatelas op. 33, los compases 223 y siguientes del último movimiento de la Sonata para violín y piano en la menor op. 23, etc.

Beethoven apenas utiliza este giro en otras tonalidades(10), y, en cualquier caso, nunca con tanta frecuencia como en la menor. Téngase en cuenta, por ejemplo, que sólo hay un movimiento sinfónico de este autor escrito en esta tonalidad (el citado en el ejemplo), y que, de las treinta y dos sonatas para piano, tan sólo una posee un movimiento en la menor (la introducción al último movimiento de la Sonata en La mayor, op. 101, que, por cierto, también incluye un giro al relativo mayor del tipo que estamos describiendo). No escribió Beethoven tanta música en la menor como podría pensarse, por lo que la representatividad de los fragmentos escogidos es bastante alta.

El giro hacia el relativo mayor es muy frecuente, por no decir normativo, en las relaciones armónicas a mediana y gran escala, como las que se establecen entre los grupos primero y segundo de la exposición en una forma de movimiento de sonata. Lo que tienen de particular los ejemplos citados es que la relación armónica se produce a pequeña escala(11), y, además, de un modo concreto, por desplazamiento desde la tónica menor hacia la dominante del relativo, incluyendo o no una dominante de ésta (como el ejemplo de la Sinfonía) y una prolongación por medio de un acorde de cuarta y sexta cadencial. El procedimiento particular de enfatización es importante y lo vemos como característico, pues, por ejemplo, cuando Beethoven escribe un giro en sol menor hacia el relativo (enfatizando Si bemol mayor), suele hacerlo de un modo diferente, utilizando el IVº grado (IIº en Si bemol mayor) como enlace, generalmente.

Recoger todos los lugares comunes de la obra de Beethoven dependientes de la tonalidad sería una tarea ardua, pero no dejaría de ser un simple aunque original pasatiempo si no se intentara desentrañar cada caso particular y llegar hasta las raíces más profundas de cada una de las posibles recurrencias. En el ejemplo que acabamos de exponer, se diría que, de alguna manera, la tonalidad de la menor se desborda e inunda la del vecino Do mayor, como si Do mayor ya formara parte de la menor. Es significativo que la mayoría de las formas de mediana y gran extensión que Beethoven escribió en la menor buscan un tono distinto al relativo mayor para crear la disonancia estructural, ya sea como segundo grupo en una exposición de sonata o como final de la subsección inicial de un scherzo, prefiriendo casi siempre mi menor, la dominante menor(12): los primeros movimientos de las dos sonatas para violín en la menor, op 23 y op. 47, “Kreutzer”, ambos con forma sonata, siguen este principio, igual que los scherzi de las Sonatas para violoncello y piano op. 69 y op. 102, nº 1, por ejemplo. Por el contrario, prácticamente ninguno de los movimientos escritos en do menor se desplaza hacia su dominante menor, sol menor. Es como si la tonalidad de la menor fuera para Beethoven un tono “gastado”, que busca incorporar al relativo mayor como compensación, por lo que la tensión tonal necesaria para crear la direccionalidad armónica a gran escala es buscada en otra tonalidad diferente. Do mayor es demasiado débil como para tensar el arco tonal en la menor, y sin embargo, Mi bemol mayor parece no tener problemas para servir de contrapeso a do menor. Vemos que el temperamento igual tardó más tiempo del que pensamos para poner a todas las tonalidades al mismo nivel. Los compositores de las generaciones siguientes (Schubert, Schumann, Chopin,…) serán los que, explorando los terrenos tonales poco transitados, escribirán sin temor las relaciones más alejadas en todos los tonos. La ampliación del espacio tonal culminó en la madurez del siglo XIX, pero, curiosamente, esa extensión, en sus orígenes (Beethoven), no se había producido en todas las tonalidades al mismo tiempo. Los hallazgos que se hacían en Do mayor o mi menor, se exportarían después a la bemol menor o Re bemol mayor. La mayor frecuencia relativa con la que aparecen tonos remotos en el siglo XIX responde no sólo al interés por lo exótico, lo lejano y lo desconocido de los románticos, sino también a la misma necesidad de huida que probablemente sentía Beethoven al escribir en tonalidades con “demasiada historia”, como Do mayor y la menor, (y no al escribir en La bemol mayor, por ejemplo). Así, muchas armonías decimonónicas parecen perder gran parte de su magia, por lo menos para la vista, cuando son transportadas, como se hizo en muchas ediciones de partituras pianísticas para acercarlas a los aficionados burgueses, evitando así que naufragaran en un mar de bemoles o sostenidos.

La inmensa mayoría de las formas de movimiento de sonata escritas por Beethoven en las que el segundo grupo de temas está en una tonalidad “anómala” en la práctica habitual del Clasicismo (cualquiera que no sea la dominante en el caso de las tonalidades mayores o el relativo mayor en el caso de las menores) están escritos en tonalidades que podríamos calificar como “cómodas”. Una tonalidad con pocas alteraciones parece invitar a buscar nuevas soluciones. Habría quien afirmaría que, más bien, fuerza a ello. Es lógico pensar que Beethoven prefería escribir una modulación a la mediante superior en Do mayor (modulación a Mi mayor) que en Mi mayor (modulación a La bemol mayor, enarmónico del impracticable Sol sostenido mayor). Como es natural (y si no fuera así, el asunto resultaría extremadamente sospechoso), hay excepciones. La relación entre fa menor y Re bemol mayor del primer movimiento del Cuarteto op. 94 o la de la más temprana, y por ello más sorprendente, entre do sostenido menor y sol sostenido menor del tercer movimiento de la Sonata para piano op. 27 nº 2 son pruebas de que la incomodidad relativa de una tonalidad determinada no es óbice para desestimar la oportunidad de escapar a la tradición y buscar nuevas vías, e incluso puede llegar a ser un aliciente, dependiendo del caso y de múltiples circunstancias. Sobre todo para un compositor entre cuyas aficiones se encontraba el transporte a vista de los preludios y fugas de El Clave bien temperado, ejercicio tan duro como útil.


¿Y qué?

Hemos expuesto aquí someramente algunas de las caras que adopta la costumbre en el acto de la composición. Quizás a veces nos resulte molesto el comprobarlo, pues la palabra “costumbre” nos parece demasiado fea como para utilizarla cuando estamos hablando del Arte con mayúsculas. Toda partitura, como hecho humano que es, está plagada de hábitos. Y los hábitos traen recurrencias. Pero, aún encontrándonos con ejemplos como los que hemos recogido aquí, y aún aceptando en ellos la influencia de la rutina, tan sólo podemos concluir que determinadas circunstancias compositivas (escogidas, provocadas, casuales o impuestas), como es el caso de la tonalidad, pueden favorecer la aparición de lugares comunes, y afortunadamente sólo eso, favorecerlos. Tomando prestada una frase de aparición frecuente cuando se habla de genética, “heredamos predisposiciones, no destinos”.

En el momento en que un lugar común carece aparentemente de una causa oscura o incómoda que lo origine, entonces adquiere la categoría de “rasgo estilístico”. Ya que suponemos que la frecuencia con la que Brahms construye en sus últimos años melodías mediante sucesiones de terceras, ascendentes o descendentes(13), no se debe a la casualidad ni a la rutina, consideramos que éstas forman parte de su estilo tardío. Quizás sea porque, al tener la apariencia de elección consciente, queda descartada toda acción de la casualidad y del hábito, personajes éstos demasiado mundanos como para que queramos verlos andurrear por el Parnaso en que situamos a los elegidos.

El saber hasta qué punto somos esclavos de la costumbre, también en el ámbito de la creación musical, no debe inquietarnos, al menos siempre que sepamos aceptar que la música no siempre es tan limpia, tan pura y tan apolínea en su evolución y desarrollo como muchos libros pretenden hacernos creer, sino que está llena de laberintos y encrucijadas para los que cualquier explicación resulta siempre parcial y simplista. Incluida ésta, naturalmente.





1. Dando por hecho que todos leen las frases con la misma acentuación. Seguro que tiene algo que ver la prosodia francesa en la distribución rítmica con la que Berlioz escribe el Kyrie de su Requiem op. 5.

2. Ciframos en veinticuatro los tonos, pero, si tenemos en cuenta la existencia de varios pares enarmónicos practicables (Do sostenido mayor / Re bemol mayor, Fa sostenido mayor / Sol bemol mayor, sol sostenido menor / la bemol menor y re sostenido menor / mi bemol menor, al menos), el número asciende, pues, aunque presenten una orografía igual sobre el teclado, la diferenciación en la notación y en la imagen misma de la tonalidad provoca en el compositor la aparición de respuestas diferentes para cada uno de los tonos que forman el par enarmónico.

3. BERLIOZ, H. Memorias, Madrid: Taurus, 1985, p. 41

4. Aunque no faltan los intentos por encontrar algunas recurrencias en la gran forma, como el estudio de Michael Tusa “Beethoven’s C-minor mood: Some thoughts on the Structural Implications of Key Choice”, Beethoven Forum 2 (1993), Nebraska University Press.

5. LARUE, J. Guidelines for Style Analysis , New York: W. W. Norton Company, Inc., 1970.

6. STEBLIN, R. “Historia de la caracterización de las tonalidades en el siglo XVIII y comienzos del siglo XIX”, Revista Quodlibet, MMV / nº 33, octubre de 2005. Universidad de Alcalá. Alcalá de Henares (Madrid).

7. Fa menor, comienzo en octavas con el tema principal, con la armonía de tónica como elemento sustentador; justo después, repetición del tema principal medio tono más arriba, en Sol bemol mayor, tonalidad de la napolitana.

8. En un momento formal importante en ambas obras (en la Sonata antes de la reexposición y en la Sinfonía justo antes de que, tras un largo fugato, aparezca una variación nueva del tema principal con las palabras Freude, schöner Götterfunken, Töchter aus Elysium!), larga pedal de dominante en el relativo menor, fragmento temático en Si mayor, luego en si menor, todo en diminuendo, y, finalmente, dominante de Re mayor para alcanzar el punto que se estaba preparando.

9. Sirven como ilustración la Sonata para piano en do sostenido menor op. 27 nº 2, el tiempo lento en fa sostenido menor de la Sonata op. 106, el Cuarteto en do sostenido menor op. 131 o los compases 127-138 del primer movimiento de la Sonata para violoncello y piano en La mayor op. 69.

10. Algunos casos serían la frase inicial de la Sonata para piano en mi menor, op. 90, y el comienzo del movimiento lento en re menor de la Sonata para violoncello y piano en Re mayor, op. 102, nº 2.

11. En la “pequeña dimensión”, por continuar con la terminología propuesta por Jan LaRue.

12. En una pieza en modo menor, la modulación a la dominante menor era más frecuente que la modulación al relativo mayor, por ejemplo, en la forma binaria de danza del Barroco, pero en el Clasicismo lo preceptivo era acabar la exposición en el relativo mayor. Como un resto evolutivo, aparece en ocasiones en el Clasicismo la modulación a la dominante menor al final de la primera subsección en un Minueto (como en el Minueto de la Sinfonía nº 40 en sol menor K 550 de Mozart).

13. Ejemplo paradigmático es el tema inicial de la Cuarta Sinfonía op. 98, pero se encuentran otros muchos en los tríos op. 101 y 114 o en las últimas series de Piezas para Piano opp. 116, 117, 118 y 119.



domingo, 21 de diciembre de 2008

El ensayo: práctica de conjunto


Por Luis Rubén Gallardo Lorenzo
Profesor de Violín del CSM de Córdoba


Introducción

La vida de todo intérprete ronda alrededor de la necesidad de interacción. Ésta, tomada en un sentido de gran amplitud conceptual, define gran parte de los procesos que llevan al músico al estadio final de su actividad creativa, desde la interacción necesaria para diseñar un proyecto artístico hasta la integración de todos los aspectos logísticos y técnicos una vez en el escenario. Pero, sin duda, la más decisiva fase que vendrá a delimitar el resultado de toda formación musical es, a su vez, donde se pone de manifiesto el paradigma de tal interacción: el ensayo.

La interacción, como concepto, transgrede lo netamente musical y nos sitúa en diferentes planos de actitud social, de integración de ideas y de práctica activa de tolerancia al prójimo -quién a menudo, en lo que a proyectos artísticos se refiere, aúna las características de contingente y de elemento necesario al mismo tiempo-, constituyendo una parte fundamental de aquello que venimos a definir como ser profesional en el marco del oficio de músico. Desde las etapas más tempranas de la formación musical, el ensayo está presente en el proceso de enseñanza-aprendizaje con verdadero carácter prioritario.

El desarrollo de las actitudes y procedimientos integrantes para tal fin constituye una de las materias transversales de educación más importantes en el seno del proceso de formación que se lleva a cabo en los conservatorios de música, representando un verdadero ejemplo de práctica de integración y cualidad del trabajo en grupo para el conjunto de la sociedad. Su valor pedagógico sustenta la relevancia de la educación musical más allá de los confines del interés epistemológico, y ha colocado tales procedimientos en contextos bien diferentes, desde su aplicación a otras áreas de conocimiento en el ámbito académico hasta su integración en las dinámicas de grupo del sector empresarial. En efecto, por extravagante que pudiera parecer en un principio, no es extraño encontrar hoy en día, en compañías internacionales, grupos de trabajo coordinados por músicos, claro está, desde un punto de vista procedimental.

Contemporáneamente, la sociedad está afrontando -autocríticamente- realidades que en los albores del siglo XXI no son aceptables, tanto desde su perspectiva moral o ideológica como desde el más estricto sentido práctico. Así, desde las autoridades, en general, y desde el estrato educativo, con especial dedicación, se pretenden normalizar actitudes de tolerancia, respeto, cooperación, integración de lo diferente y, en definitiva, de la creación de un todo sin discriminación y basado en el trabajo en equipo. Todo ello, por definición, ya lleva presente siglos en la práctica del ensayo musical y, como se comentaba con anterioridad, constituye un leimotiv de gran relevancia en el conjunto de la enseñanza de los conservatorios de música.

¿Cómo se desarrolla en el ensayo tales actitudes?: Desde el conocimiento preciso del objetivo y la aceptación sin reservas del compañero.

Ésto es, sin más, la necesidad de interacción. Todo objetivo musical precisa del concurso de diferentes elementos y personas que, sin su acción, imposibilitan cualquier grado de consecución más allá de la excelencia del resto de los componentes. En este sentido, las diferentes magnitudes deben sumar en un único flujo. Los integrantes de la formación deben conocerse sin tapujos, sin falsas máscaras o postulados artificiales y, desde su verdadera capacidad, asumir su labor y aportación al resultado final, comprometiéndose al máximo desarrollo de sus potencialidades y al objetivo de favorecer -igualmente- el máximo desarrollo del compañero. A nadie escapa que tales palabras pueden sugerir un discurso idealista y tendente a figurar un verdadero mito de entendimiento, pero, más allá del esfuerzo y las barreras personales que cada cuál deba superar, ello se reproduce en todos y cada una de las formaciones musicales profesionales -o al menos en aquellas que consiguen cierto grado de continuidad y proyección- ya que, ¿de qué forma si no podrían doblegarse a una misma meta los diferentes egos artísticos presentes en tales grupos?

Por todos es conocido el carácter especial que recubre la personalidad de un artista, de un músico profesional. De aquellos argumentos propios del Romanticismo que ensalzaban la soledad de artista como vehículo de la introspección y la comunión con la naturaleza en aras de explotar el sustrato más puro de su genio creador, hemos pasado a una demasiado frecuente abundancia de recelo y actitudes personalistas. En este contexto, se pone aún más en valor las cualidades de esta vía de entendimiento, del éxito del arte como armonía en el sentido más pitagórico, es decir, como conciliación de opuestos.

El ensayo es el momento en el que varios profesionales creativos se sumergen juntos en una búsqueda colectiva donde lo individual es imprescindible, una integración de voluntades que, a priori, eran irreconciliables. Ante un proyecto con ene número de ideas originales, nadie puede llegar a sospechar su definición final que, a la vez, describe un nuevo concepto, tan unitario como participado.

En ello reside la necesidad de dedicar, al menos, una breve reflexión donde se sinteticen las esencias de este trabajo en equipo, tanto como referencia para estudiantes y profesionales de la música, como para el lector ajeno a esta actividad que pudiera ver en este capítulo una posible referencia para extrapolar a otros contextos.


Teórica de procedimiento

Ensayar es algo más que quedar para ejecutar o improvisar una determinada creación musical en colectivo pero, a la vez, no deja de ser éste el primer enunciado que da sentido al término. No sería creíble un estricto decálogo para definir la acción de ensayar cuando, como se expresaba en el anterior epígrafe, tiene sus bases en elementos tan volubles como la creatividad, las capacidades de los congregados, la habilidad de éstos para poner en común sus experiencias y, así, un largo sínodo de voluntades y coyunturas. No obstante, desgranar lo apropiado por medio de la empírica puede llegar a ser algo menos complejo si tomamos, como referencia, algunos de los procesos implicados en la acción de hacer música en conjunto.

Para tal fin, y en pro de la claridad de conceptos para una exposición más didáctica de la cuestión, usaremos la clasificación de aspectos al respecto que realiza Elaine Goodman(1) , quien los distingue en cuatro: la coordinación, la comunicación, el papel del individuo y los factores sociales. Cabrían otros encuadres según las diferentes perspectivas desde las que pudiéramos tratar la cuestión, pero Goodman aplica con simplicidad las inquietudes más directas del músico frente al hecho del ensayo. Comentaremos, a continuación, cada uno de ellos, en sinergia con el fin reflexivo que se aportaba en la introducción del texto:

La coordinación: aquiescencia colectiva

El empleo de determinados términos frente a otros, como uso frecuente y generalizado, nos suele aportar un enfoque preliminar de gran validez a la hora de comprender los hechos que describen. En esta línea, a lo largo de todo el siglo veinte, donde ha proliferado una gran cantidad de nuevas estructuras de organología para las formaciones de concierto y, a su vez, se ha superado las vetustas estructuras combinatorias del clasicismo, la palabra que más se ha empleado para designar el grupo musical no orquestal (a veces también éste) ha sido ensemble, galicismo que la Real Academia Española(2) define como “juntamente”, que a su vez describe en su tercera acepción como “a un mismo tempo”.

Así, desde su nomenclatura misma, se aporta el primer y más importante aspecto, y es que las partes individuales deben de encajar perfectamente, deben de ser ensambladas en un mismo criterio temporal, deben ser ejecutadas juntamente. La coordinación de un grupo depende, en primera instancia, del tempo.

Si bien puede llegar a constituir un tema a debatir el llegar a un acuerdo sobre la importancia relativa del tempo en el estricto dominio de una técnica instrumental, si de lo que hablamos es de tal herramienta dentro de un perfil profesional, de su control absoluto y dominio funcional, el quórum llegará rápidamente para expresar su necesidad irrenunciable, ya que es, en definitiva, una condición sine qua non para el ejercicio profesional en conjunto.

Su relevancia no sólo se circunscribe al tiempo de ejecución activa de la parte instrumental, si no que se extiende a la parte tacet de la misma.

A pesar de lo obvio de este planteamiento, una educación musical tradicional demasiado dimensionada en el repertorio solista no siempre ha descargado toda la atención que tal aspecto precisa, que si bien es de fácil y rápida comprensión dada su lógica espontánea, contiene un calado nada despreciable en el éxito de un ensayo.

Goodman profundiza en la cuestión dividiendo la coordinación del tempo en tres asuntos a tratar: el reloj del grupo, la técnica necesaria para mantener el parámetro tempo y, como concepto unitario, lo que él denomina la ilusión de sincronía.

Hablar del reloj del grupo es hablar, con otras palabras, de un marcador de tiempo común, de un encuadre o ámbito general que aporta contexto temporal al trabajo interpretativo ulterior, en fin, de la escala o gradiente temporal, aire o pulso a emplear. En una formación donde hay director, tal responsabilidad recae sobre él, siendo asumida -en la medida de las posibilidades- por los músicos integrantes, no obstante, en el seno de una formación de cámara o grupo sin director, ésta será la primera gran labor a determinar desde un punto de vista puramente técnico y con anticipación al fin artístico: consensuar el tempo de interpretación de la pieza entre los miembros.

Tal decisión no será superficial, sino que supone una definición que va a marcar el estudio personal de los músicos y el resultado final del proyecto. Para ello, y en la línea de la necesaria interacción, se debe de tener en cuenta las características interpretativas de los integrantes de la formación.

Dentro de esta cuestión, cabe destacar que para la gran mayoría de los músicos profesionales clásicos, el establecimiento del mencionado reloj se fundamenta en el pulso métrico, realidad muy comúnmente sugerida por editores y compositores a modo de referencias metronómicas. No obstante, la diversidad musical, de un lado, y una cada vez más ecléctica formación de los profesionales, hace que tal definición se realice por medio de otras referencias, bien por agrupaciones de pulsos o bien por el compás, directamente, como realidad unitaria de una expresión rítmica significativa. Ello es especialmente útil y, por tanto, generalizado en su uso al trabajar música de origen popular, étnico, para danza o de culturas y lenguajes musicales no entroncados con la tradición clásica occidental.

Continuando con el esquema sugerido, la experiencia musical nos dice que no es suficiente con reglar un tempo dominador y, simplemente, seguirlo. Precisamos la capacidad de gestionarlo, o en palabras de Goodman, adquirir las técnicas para mantenerlo, lo que implica dos acciones muy relevantes en lo que al grupo y el ensayo se refiere: la anticipación y la reacción. La primera de las acciones está íntimamente relacionada con la determinación de marco temporal, es decir, sobre la experiencia de una nota -de su dimensión temporal- somos capaces de anticipar la duración del resto de las integrantes del discurso musical. Así, más allá de este ejemplo, el músico profesional reajusta de forma continua su previsión de lo que ha de acontecer basándose en la información que, pulso a pulso, recibe de su o sus compañeros. Este feedback constante es un ejercicio intelectual-matemático que, si bien nos es muy común en el ámbito de los conservatorios y casi no le concedemos importancia, requiere de un entrenamiento extenso en el tiempo, además de unas determinadas capacidades base, y como toda actividad mental no innata, debe de ser desarrollada a lo largo de toda la vida académica y profesional, al menos desde la conciencia de lo importante que supone ser capaz de recoger las referencias que surgen en la interpretación del compañero y, específicamente, anticipar su siguiente sonido.

Anticipar, en los términos expresados, supone que existen una dirección determinada en la jerarquía de ejecución dentro del grupo. Todos los miembros no pueden estar despidiendo a la vez referencias generalizables, estaríamos ante una anarquía temporal que nos abocaría a la ruptura del reloj común. Esta dirección -de un solo sentido- vendría determinada por la voz predominante en cada circunstancia o, según la estructuración y motivación de la formación, desde la responsabilidad que asuma uno de los componentes que, desde su personalidad o autoridad establecida, hace las veces de director -al menos en lo que a decisiones temporales se refiere-. Especialmente en el primero de los casos, el ensayo es el espacio donde se establecen las distintas secciones y sus referencias, se prediseña la estructura de fluctuaciones y se otorga rango de punto de inflexión y reajuste del tempo a pasajes determinados. Estaríamos, en este caso, en un flujo bidireccional, donde todos los integrantes de la formación ponen en común sus realidades y pareceres. Se produce, por ende, un fenómeno de output / input, de gran relevancia en la consolidación de la interpretación global del grupo.

Pero no todo es posible estructurarlo de forma anticipada. Así, de aquello que surge en el instante, de la expresión artística más abrupta o, simplemente, del flujo natural de la imperfección humana, se deberá reaccionar. La reacción sobre lo sobrevenido o, incluso sobre aquello que si bien está determinado tiene su definición en una magnitud diferente, el músico ha de saber adaptarse sin transición. De nuevo estamos ante una capacidad de notable complejidad que debe ser entrenada. El ensayo supone un banco de pruebas donde se deben acumular el mayor número de casuísticas posibles y, por ende, experimentar reacciones positivas que recompongan la estabilidad y uniformidad del reloj común.

No obstante, son sutiles las marcas diferenciadoras entre anticipación y reacción, entre direccionalidad única y flujo bidireccional. Ser consciente de los conceptos es un paso previo que aporta solidez a las acciones propias del ensayo pero, la integración de tales se realiza en la práctica empírica.

Para completar lo concerniente a la coordinación, hablaremos de lo que se ha denominado la ilusión de sincronía.

Buscar la coordinación y la ejecución en sincronía de las partes es el objetivo, como decíamos, pero, para comprender la magnitud de la meta, habría que preguntarse acerca de la naturaleza de la sincronía y de su adecuación al género humano. En esta línea, el profesor Rudolf Rasch(3) -de la Universidad de Utrech-afirma que ejecutar las notas exactamente al mismo tiempo -sincronía en sentido estricto- sobrepasa los límites de la habilidad y la percepción humana, para él, siempre habrá pequeñas diferencias de tempo -es decir, asincronismo- entre aquello que se supone que debe estar ejecutado simultáneamente. Así, coincidiendo con las afirmaciones también realizadas al respecto por el profesor Dunsbuy (4) -Universidad de Rochester-, el arte de tocar junto radica, esencialmente, en crear la ilusión de estar perfectamente conjuntados. La sincronía se describiría, por ende, más como un aspecto de percepción por parte del espectador que una realidad propiamente dicha.

Este planteamiento viene a reforzar un posicionamiento histórico característico que subyace en la profesión musical, y no es otro que su carácter escénico. El músico, en solitario o en grupo, como un prestidigitador de los sonidos, crea una realidad ilusionada, un ambiente de texturas y dinámicas que debe envolver al espectador hacia una emoción, sea esta premeditada o sugerida al instante, lejos de la observación presumiblemente objetiva que desde la interpretación ejecutiva realiza el propio instrumentista. Tal meta escénica es, de nuevo, objeto de análisis en el ensayo.

Esta inherente asincronía no sólo es atribuible al factor humano, como comentábamos, sino que tiene relación, por añadidura, con los aspectos físicos, de organología y de la técnica instrumental que dan contexto a la interpretación musical. Aspectos medibles y de descripción científica, como la diferencia de velocidad de propagación del sonido según las características de la onda sonora, la velocidad de reacción de ataque de cada técnica instrumental, los distintos niveles de absorción en la sala de los diferentes timbres, distancia entre los intérpretes que, junto a un extensísimo etcétera de singularidades físicas del hecho musical, vienen a definir un glosario de excepcionalidades que todo intérprete debe de conocer y, en la medida de lo posible, compensar, en aras de que la ilusión de la sincronía no sea desvanecida.

Evidentemente, la búsqueda de esta compensación teórico-práctica debe basarse -o es aconsejable, al menos- en un determinado grado y nivel de acercamiento a la realidad del sonido como hecho natural sobre el que se fundamenta nuestra actividad creativa. En efecto, la acústica, como disciplina científica que engloba y aporta solución a la gran mayoría de los por qués de las técnicas de ejecución y la expansión y efectos del sonido, debe estar presente en la formación de un músico. En el actual diseño curricular de las especialidades instrumentales, su presencia ha desaparecido en su definición troncal y, en la mayoría de los conservatorios, no alcanza a ser una simple opción complementaria. Su importancia se centra en el currículum de especialidades no instrumentales, como Composición, que, muy apropiadamente, buscan en el fundamento natural del sonido las bases para crear nuevos conceptos expresivos. Pero a menudo, el intérpre instrumentista queda al margen de un conocimiento que, aplicado en el seno de una formación de cámara, por ejemplo, ahorraría interminables debates, imprecisiones y repeticiones en busca de una determinada información empírica que, sin embargo, ya quedó definida y plenamente resuelta décadas atrás, más allá, por supuesto, de comprender mejor su propio instrumento, su técnica interpretativa y estar más cerca de la vanguardia musical donde timbre o textura resultan más importantes que otras definiciones tradicionales-clásicas del sonido, a la vez que, dadas su características físicas, ejercen, a su vez, una influencia en la estabilidad de la conjunción grupal o de la precisión perceptiva del público al respecto.

Y como capítulo de cierre a este análisis sobre la búsqueda de un sincronía no humana, de difícil y compleja definición física y, sin embargo, necesaria en la percepción del oyente, cabría analizar, por aparentemente obvio que pudiera parecer, su interacción con la magnitud temporal, es decir, cómo afecta la distinta elección del reloj común a este objetivo.

En este sentido, el profesor Rasch afirma aquello que de forma empírica es consabido, pero que ahora, además, tiene su validación experimental: resulta mucho más complicado mantener la coordinación, la sincronía imaginada y la capacidad de anticipación-reacción en tempos lentos que en aquellos de gran energía dinámica y velocidad. Ello, entre otros complejos factores psicológicos y de somatognosia, apunta a la necesidad del músico de una subdivisión del pulso base. Es decir, una realidad de pulso lenta multiplica el índice y probabilidad de error, ya que el cálculo del próximo pulso se torna más impreciso al alejarse del natural biorritmo humano (pulsaciones cardíacas y psico-neuronales, por ejemplo). Por ello, de forma indendiente al carácter de la pieza, su tempo y acentuación, hayar un múltiplo del pulso que sea más ágil y veloz, tenderá a reforzar la precisión del reloj común y a estabilizar la sincronía.


Implementación de la Teoría de la Comunicación: el contacto visual

En el seno de una interpretación, los miembros han de mantener una activa comunicación que sea cauce de las diferentes acciones ejecutables que requiere la partitura en cuestión o que organice las diferentes inflexiones existentes en el discurso musical, tanto las previstas como las sobrevenidas. La idea musical, como vehículo trascendental de la expresión humana, está viva y en continua metamorfosis, fluctúa y sugiere en la medida que se combina y se crea, tan etérea como trascendental, y si bien puede responder a principios convencionales y a estructuras fruto del análisis, en su definición final, siempre es única e irrepetible, solitaria en su adecuación. Comunicarse, por consiguiente, es una prioridad que precede al entendimiento de la intención y a la capacidad de adaptarse -anticipación y reacción-.

Según las investigaciones de Clayton(5) y Goodman(6) , dentro de las dos posibles modalidades de comunicación entre los miembros de una formación mientras se interpreta -auditiva y visual-, la auditiva sería de mayor importancia y determinaría en mayor medida la ejecución. Ello se fundamentaría en la idea sencilla de que la música la oímos, no la vemos. No obstante, ambos procesos están presentes en la interpretación de conjunto y deben ser tratados en el contexto del ensayo. Veamos algunas de sus especificaciones:

A quedado expresado, con amplitud, la natural y obvia necesidad de escucharse para la mantener la coordinación entre los intérpretes. No obstante, la necesidad de prestar una atención precisa a la ejecución del compañero transgrede la mera coordinación temporal -abarcando aspectos de más complejidad conceptual, como los matices expresivos, las gradaciones dinámicas, los cambios de articulación, la fluctuaciones del timbre, color y entonación- y genera un glosario de señales, de origen multisensorial, que nos advierten acerca de lo venidero. Éstas modulan, tanto conscientemente como parasimpáticamente, nuestra ejecución en casos y circunstancias muy variadas, favoreciendo la ejecución del compañero y complementando, en sus posibles carencias o giros circunstanciales, la globalidad y validez de la ejecución común.

No cabe duda que tales circunstancias suman un cierto grado de tensión en la interpretación -una atención extra a lo imprevisible- y ha generado discrepancias entre los profesionales acerca de la importancia relativa de la planificación en los ensayos para evitar, al máximo, ésta casuística, así como un arduo debate sobre lo positivo o negativo de esta tensión del momento.

Ensayar debe de aportar, al menos, la capacidad de comprender los posibles giros que el compañero pueda tomar, aunque hay intérpretes que no gustan de una planificación metódica de los matices expresivos, ya que lo ven como una coartación de su libertad como creadores. Este planteamiento, paradójico para muchos, tiene su validación en diferentes investigaciones que han logrado demostrar que la práctica prolongada de un pasaje musical -con la consecuente metodización- reduce la habilidad para controlar la expresión del sonido durante la interpretación, tornando las ideas en fijas y más difícilmente adaptables. Así, por añadidura, la tensión ante lo imprevisto sería visto como algo positivo para la concentración y el control general del grupo. De esta línea de pensamiento es un ejemplo la profesora Caroline Palmer de la Universidad McGill de Montreal.

La estimación de las afirmaciones de McGill conducen a reflexionar acerca de lo idóneo que pudiera ser el estudio personal-individual de una obra de conjunto, ya que una profundización excesiva en la parte puede generar una interpretación demasiado estática e inflexible cara a la necesaria adaptación ulterior. Se supone, en este pensamiento, que el buen músico debe de reprimir su propia intención para favorecer la fluctuación del grupo y su idea colectiva. Pero no todos los intérpretes comparte esta afirmación, para Abram Loft, la colectivización del discurso comienza en la máxima interiorización de las partes individuales, así, recomienda a sus lectores: "desarrolla cuanto puedas tu propia idea de la pieza y su mundo particular [...] después evalúa y modifica esa concepción desde la perspectiva de las opiniones expresadas por otros músicos"(7) .

En contraposición a ello, William Peeeth (referenciado por Goodman) afirma que se debe de practicar en el contexto global, con la obra en su conjunto, alejados de las particularidades.

Tal debate puede ser, hasta cierto punto, artificial, ya que, en un sentido práctico, todo va a depender del grado de dificultad de ejecución de la obra y de las características del intérprete. Es obvio que ambos posicionamientos tienen la verdad a sus espaldas en algún punto. Será imposible formar una idea en común si cada músico no está dispuesto a ceder parte de su conceptualización de partida y, casi más importante en sentido funcional, pocas ideas globales llegarán a buen fin artístico sin una preparación previa individual adecuada. Así, la profundización alegada por Loft se torna imprescindible si hablamos de la perfección de los aspectos técnicos, de la dialéctica propia del instrumento o de la interiorización de los pasajes de ejecución virtuosa. Sólo desde este control, verdaderamente maduro, podremos afrontar un ensayo con objetivos artísticos y de escena, sin óbice de haberse reunido con anterioridad al estudio personal para enfocar y previsualizar la obra en su conjunto.

En definitiva, este debate zigzaguea por caminos intermedios entre el mismo concepto de la comunicación y el equilibrio necesario entre la idealización performativa individual y su interacción en el grupo. O en otras palabras, de cómo transmitir al compañero tu visión, convencerlo o integrarlo en tu idea, cómo dejarte invocar por su expresividad o cómo compartir, en un momento dado, un sentimiento para converirlo en un latido común. Los elementos pseudo-objetivos derivados de la rítmica, llegado a este punto, precisan de otra tipología de entendimiento, donde, insistimos, la captación y comprensión de los códigos visuales complementan y estimulan el hecho creativo-interpretativo.

El paradigma de la comunicación visual en la interpretación de conjunto la encontramos en la figura del director, quien ejerce una función que va desde la planificación temprana del proyecto musical hasta los aspectos técnicos más específicos, pasando, con atención predominante, por la responsabilidad artística e interpretativa del conjunto en un porcentaje muy elevado. En el momento de la ejecución musical, su herramienta más destacada es la visualización que, de su lenguaje corporal, realizan los músicos. Este lenguaje -un compendio de normas convencionales de códigos gestuales y un indeterminado número de expresiones espontáneas acerca de la experiencia musical en curso- comunica mucho más que un simple pulso: alcanza a proyectar una idea musical que globaliza la ejecución.

Pero la problemática expresada toma su verdadera dimensión -en torno a la vinculante e imprescindible necesidad de compartir tanto un espontáneo abrupto creativo como la maduración reflexiva de una idea-, en el caso de las formaciones de cámara sin director, donde el grupo debe de desarrollar tal código de comunicación para poder crear una verdadera relación entre las diferentes partes.

El objetivo de la comunicación visual debe ser, prioritariamente, el de compartir las intenciones musicales, generar una empatía común con el resultado que se va obteniendo y transmitir y canalizar energía escénico-artística. No obstante, no todo lo relacionado con la comunicación, en general, y la visual, en particular, está circunscrito a un ámbito de orden expresivo. Los aspectos netamente técnicos son, a la vez, claros objetos de este contacto. Así, la coordinación se verá muy reforzada si entre los miembros del grupo de diseñan una serie de gestos para fijar los tempos de inicio o las fluctuaciones venideras, así como la posible transmisión de información entre los miembros respecto a lo que se está produciendo ("demasiado rápido", "más sonido", "no tan duro", "más lejano", etc...).

Con el tiempo de trabajo en común, los grupos profesionales desarrollan una intuición acerca del lenguaje corporal de sus compañeros que perfeccionan, a tiempo real, la interpretación en curso. Este extremo viene validado por diferentes investigaciones que revelan que la retroalimentación visual contribuye significativamente a la precisión y la libertad expresiva de las interpretaciones colectivas(8) .

En contra de lo que pudiera parecer en un principio, tal comunicación, por más activa que fuese, no es un factor significativo de desconcentración, ya que los intérpretes no deben, necesariamente, de mirarse unos a otros, ya que cuentan con la visión periférica que permanece en funcionamiento de forma perpetua.

Este extremo es de especial importancia si de los que hablamos es de un grupo de estudiantes. A menudo, fruto de la natural efusividad de la juventud, se tiende a una extremada gestualización, conducente, de forma prioritaria y literalmente, a girarse para mirar o ser mirado. Ello no ayuda nada a una verdadera concentración en la interpretación -desde el punto de vista netamente técnico y de ejecución- ni tampoco aporta un significativo avance en la calidad de recepción de las señales y el contacto que se pretende. La visión periférica – o panorámica según los autores-, como decíamos, debe alcanzar al total del conjunto (en caso de formaciones muy amplias o de disposición escénica compleja, al menos a aquellos componentes de mayor relevancia para la parte en cuestión), y según ella, se dispondrán los diferentes integrantes.

Por ende, en las formaciones camerísticas, habría que ceder parte de los argumentos acústicos de proyección del sonido individual en beneficio de una mejor y mayor conectividad entre los intérpretes, así no nos resulta raro ver a cuartetos compartiendo, prácticamente, la misma baldosa del pavimento del escenario, en contraposición a la desesperante imagen de algunos dúos con piano, donde el pretendido solista avanza su posición hasta la misma linde con el aforo, dando la espalda al que, en su pensamiento, debe ser su subordinado acompañante, sin importarle lo más mínimo si el repertorio a interpretar es, o no, de cámara, realidad ésta que hasta cierto punto resulta indiferente, ya que, incluso en el caso de ser programa de solista, todo lo aquí expresado en relación a la interacción musical y la importancia artística de todas las partes, seguiría en total vigencia y, por consiguiente, persistiría la necesidad de una comunicación visual en dos direcciones, de lo que, con total seguridad, repercutiría positivamente en la interpretación.


El individualismo del intérprete

Ha quedado expresando, al menos de un modo sucinto, el frágil equilibrio entre lo estrictamente personal y lo que ha de dilucidarse en y para el conjunto, pero no cabe duda que lo individual es una parte no sólo del total sino de lo particular de cada grupo, es decir, no nos encontramos ante la simple suma de unos intercambiables factores, sino que cada factor es un argumento propio, que cuenta con su atractivo independiente, que si bien interacciona, ejerce su efecto directo y determinante sobre el público.

En su fusión grupal, las partes se transforman según su función pero, aún así, son trasmisoras de la identidad creativa del intérprete. Observamos este hecho con especial relevancia en grupos donde no se doblan familias instrumentales, donde a la realidad personal, se suma la distancia en la organología. Así, el choque de timbres y posibilidades articulatorias o las diferentes características y visiones de ejecución sobre un mismo elemento del discurso musical, pueden llegar a dibujar una amalgama ecléctica que, justo en su aparente falta de unidad, pueden alcanzar una fuerza de transmisión expresiva notablemente más poderosa.

El profesor Mitch Waterman(9) investigó acerca de las relaciones emocionales de los intérpretes de una misma formación, observando que cada intérprete tenía respuestas emocionales diferentes ante la pieza que estaban ensayando. Entre otras conclusiones, destacó que los miembros de un grupo musical no coinciden en los momentos emotivos dentro de una interpretación de conjunto, en otras palabras, alcanzan a una comprensión abstracta de la obra de carácter diferenciado. Por ello, se describe un marco posible donde no resulta imprescindible tener las mismas ideas y donde las diferentes visiones y personalidades queden en claro discernimiento. Esta línea de pensamiento no entra en conflicto -necesariamente- con las afirmaciones de Goodman (Londres, 2000), quien sostiene que sólo en presencia de puntos de conflicto, los intérpretes suelen consensuar una idea predominante común, concilian los elementos expresivos y tienden a experimentar el pasaje con una notable unidad conceptual.

Cabe destacar, en el centro de la problemática entre visión individual o visión de conjunto, que la tradición ha menospreciado de forma notable la labor del intérprete en aras de una perspectiva globalizadora -en el mejor de los casos- y, en la mayor de las veces, condenando al ostracismo la praxis frente a la concepción compositiva. Ello se ha debido a diferentes factores, pero quizás el más importante podría haber sido que durante siglos, el intérprete dotado con talento y de proyección interpretativa era, por definición, solista. Las labores de conjunto quedaban en manos de un perfil de intérprete menos agudo, por lo que las formaciones de cámara de calidad eran el resultado de la suma y el esfuerzo colectivo de años de trabajo en común y dentro de una abnegación laboral que, minusvalorado por muchos, era calificada a menudo en términos cercanos a lo peyorativo, como jornaleros de la música alejados de cualquier función creativa. No obstante, desde hace décadas, los intérpretes mejor formados técnicamente y los mejor preparados en la riqueza de las ciencias musicales, han desarrollado su labor profesional en el ámbito de las formaciones de conjunto, revelando un mundo de alta catadura artística y de finos matices creativos.

Siempre hay algo de solista en cada intérprete de conjunto, y ello es imprescindible por cuanto cada miembro debe de haber experimentado, en su propia parte, el mayor desarrollo posible de su expresividad, es decir, interiorizar el global de la obra en el microcosmos de su línea individual. Debe de haber reflejado, sin equívocos, su idea de la obra y lo emotivo de su abstracción subjetiva, sin óbice de la necesaria interacción y del flujo enriquecedor con sus compañeros.

La idea global, en consecuencia, no necesariamente ha de significar la anulación de las visiones particulares y, gracias a ello, el espectador puede experimentar un registro amplio de estímulos que hacen, de la experiencia musical, una realidad artísticamente rica.


La socialización del colectivo: una problemática de liderazgo y equilibrios

Una formación musical es, a escala, una microsociedad donde se generan -más allá de las realidades artísticas- una serie de patrones y perfiles de comportamiento que pueden ser observados en tantos grupos sociales como se pretenda. Por encima de todo, las relaciones emocionales y profesionales se rigen por dinámicas que bien poco tienen que ver con la música o el arte. No obstante, desde el contexto dado, donde la línea divisoria entre lo íntimo-personal y lo artístico-profesional es tan sumamente delgada y, según los casos, tan volátil y cambiante, las relaciones humanas terminan por ser parte inherente del resultado artístico, sea cual sea el signo de éstas, a modo de reflejo.

Desde esta perspectiva, la mayor parte de los investigadores de la materia han tratado el tema a partir de la observación de grupos profesionales, es decir, en los que el componente empresarial estaba presente. No olvidemos que la música, arte y vocación en origen, es una profesión. Así, todas las investigaciones que describen cómo las formaciones camerísticas que perviven en el tiempo han superado las notables problemáticas del equilibrio personal -que se desprenden, a su vez, del intenso contacto que supone la ya citada interacción artística y, no olvidemos, también laboral-, coinciden en una conclusión: existía o un marcado liderazgo personal o, en su ausencia -y de forma minoritaria- tal función la suplía una circunstancia o motivación ineludible para la totalidad del conjunto.

La presencia de un líder, desde cualquiera de sus orígenes posibles (autoridad artística, jerarquía establecida, responsabilidades contractuales, etc...) ofrecía una línea de responsabilidad-acción que, a modo de arbotante social, descargaba las tensiones y las redistribuía entre los diferentes miembros y sus acciones, sin excluir en esta descripción que tal realidad se ejerciera dentro de principios democráticos y de participación y colaboración leal y responsable -aunque no era, según lo observado, una condición necesaria-. Tales factores relacionados con el talante del líder sí tenían, en los casos que se producían en sentido afirmativo, un efecto positivo en el resultado artístico del grupo, ya que los miembros estaban identificados con el resultado en una mayor magnitud y se entregaban al proyecto sin reservas ni reticencias.

Dado que el presente trabajo tiene su principal ámbito de difusión en el espacio académico, no veo conveniente haber citado este concepto sin realizar una apreciación que creo importante matizar: tal liderazgo -de considerarse que, dentro del aula y del proceso de enseñanza-aprendizaje específico de los estudiantes en cuestión, deba de tomar presencia, realidad que no niego en absoluto, más allá de tomar consciencia de el cuándo y el cómo- debe recaer en la figura del profesor, ya que otras opciones pudieran desembocar en situaciones de asignación de roles que no siempre conducen a una formación equitativa, sin menos cabo de que, con el citado liderazgo establecido en el profesor, se entrenen o se implementen metodologías de acción en las que se aborde el liderazgo desde el punto de vista de las herramientas técnicas y de procedimiento a emplear, siempre y cuando todos los integrantes del aula tomen contacto con tales actividades, sin que con ello podamos ni queramos afirmar que la capacidad para liderar un determinado grupo o proyecto artístico no requiera de una serie de características personales, que, por otro lado, no todos los estudiantes tienen por qué contarlas en igual mensura.

De cualquier forma, y volviendo a la cuestión, la conclusión del liderazgo se alcanza, generalmente, como vía de optimización de medios, no como situación ideal y destinada al mejor alcance artístico-creativo posible, en otras palabras, deben su estructura a los procesos de socialización que engloban la realidad grupal o, sencillamente, a factores de funcionalidad: la aparición de una jerarquía es una vía que facilita el día a día profesional y que descarga el devenir cotidiano de una formación en distintos niveles de responsabilidades y competencias. Habría, pues, que desmitificar el estándar de que el líder es la estrella artística de la formación. Es posible que coincidan ambos roles, quizás, pero no es necesario, y de hecho, no abunda. Esta dualidad ha llevado a la desaparición a muchas formaciones que no han sabido o podido equilibrar ambas fuerzas dominantes.

No obstante, para llegar a este grado, hay que aprender a ser líder y a ser liderado, constituyendo la etapa de formación un espacio apropiado para trabajar sobre la idealidad basada en una formación donde la interacción alcance su máximo nivel y profundice hasta un debate de ideas y argumentos que obligue al conjunto a una superación personal y, como realidad colateral, del conjunto.

Así, un grupo se desarrollará mientras "cada individuo sienta que está contribuyendo a su máxima capacidad artística y al mismo tiempo colaborando con sus colegas para producir algo más hermoso de lo que se puede producir individualmente"(10) .

Esta línea de pensamiento está recogida del deporte, donde se hace énfasis específico en los conceptos de sinergia -donde el potencial del conjunto es mayor que la suma de los potenciales individuales de sus componentes- y confluencia -la sensación de pertenecer a un equipo-. Ambas actitudes pueden ser potenciadas, a su vez, por el deseo de los músicos por generar un mismo espíritu cuando tocan, acción y realidad ésta que suele estar ligada más a movimientos artísticos definidos o a grupos con un nexo artístico o personal definido a priori.

En el aula no caben actitudes que no estén orientadas a la creación de lazos de colaboración, tolerancia de las opciones y pensamientos ajenos, a la conjugación de las diferentes sensibilidades y al convencimiento que el resultado final debe basarse en una razonable satisfacción(11) de todos los integrantes del conjunto. Sin dejar de lado que toda sociedad precisa de la figura del líder, éste debe de estar formado en el más absoluto espíritu democrático, no tan sólo como una cuestión de forma sino en su fondo y en su praxis efectiva.


Reflexiones finales

El concepto de interacción va a definir la tipología de trabajo más compleja y dificultad a la que un estudiante de música deba enfrentarse: ceder y estimular, saber aportar y saber hacer hueco en su propia trama conceptual a las aportaciones de los demás. Tales principios, así como todo lo descrito en los epígrafes y apartados anteriores, convierten a las asignaturas prácticas de conjunto de la educación musical en un valor didáctico y pedagógico de primera magnitud, un referente trasversal para la vida de los estudiantes que tiene su reflejo en su actitud fuera del ámbito musical y que bien valdrían como metáforas de la propia sociedad en un ideal de integración, de sinergia y confluencia, de consecución de metas que de forma individual resultan utopía.

En palabras de Herbert Le Porrier(12) , “se necesitan, según los casos, entre setenta y ochenta y cinco piezas distintas de madera para plasmar un violín [...] cada fragmento ha de considerarse un objeto acabado y parte infinita de un todo”. Así es una formación musical, un sólo instrumento formado por un amplio número de elementos, algunos humanos y otros no, algunos podenrables y otros no. Todos son un universo en sí mismos, pero más allá de su porcentaje sobre el conjunto, su aportación es incalculable, inestimable e imprescindible. No conoceríamos al verdadero todo sin la participación del elemento más mínimo.

Todo un reto para la educación y un motivo de análisis hacia un futuro marcado por la perspectiva de posibles cambios profundos en los planes de estudio dentro de las Enseñanzas Artísticas Superiores. Fomentar una verdadera didáctica que impregne de estos valores y herramientas a nuestros profesionales del mañana garantizará mejores formaciones musicales que conllevarán proyectos artísticos más complejos y ambiciosos, y por ende, más y mejor música.




1. GOODMAN, E., “La interpretación en grupo” en La interpretación musical (Editor John Rink), Alianza Música, Madrid, 2006, págs. 183-198.

2. R.A.E., Diccionario de la Lengua Española, Vigésima segunda edición, consultado en http://www.rae.es en Enero de 2008.

3. RASCH, R. A., "Timing and synchronisation in ensemble performance" en Generative Process in Music: The Psychology of Performance, (Editor J. A. Sloboda), Clarendon Press, Oxford, 1980, págs. 70-90.

4. DUNSBUY, J., Performing Music: Shared Concersns, Clarendon Press, Oxford, 1995.

5. CLAYTON, A., Coordination between players in musical performance, Tesis Doctoral, Universidad de Edimburgo, 1995.

6. GOODMAN, E. C., Analysing the ensemble in music rehearsal and performance: the nature and effects on interaction in cello-piano duos, Tesis Doctoral, Universidad de Londres, 2000.

7. LOFT, A., Ensemble! A Rehearsal Guide to Thirty Great Works of Chamber Music, Portland, Oregón, Amadeus Press, 1992, pág. 17.

8. APPLETON, L. J., WINDSOR, W. L. y CLARKE, E., "Cooperation in piano duet performance" en Proceedings of the Third Triennial European Society for the Cognitive Sciences of Music Conference, A. Gabrielsson (Editor), Universidad de Uppsala, págs. 471-474.

9. WATERMAN, M., "Emotional responses to music: implicit and explicit effects in listeners and performers", Psychology of Music, Número 24, 1996.

10. HARVEY-JONES, J., All Together Now, Heinemann, Londres, 1994.

11. Queda dentro del capítulo de lo obvio no aspirar a la máxima y plena satisfacción de la totalidad -sin renunciar a ella como ideal- ya que sería un objetivo altamente insólito y que contraviene todo lo expresado en relación a la interacción.

12. LE PORRIER, H., El violín de Cremona, Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1981, página 22.